A veces, y sólo a veces, aunque sea una sola vez al año, me suceden estas cosas.
Un desequilibrio anímico, un pensamiento profundo, una sensación de vacío.
La visión del alma partida, el corazón dividido.
Ese momento en el que sabes que quieres amar algo, o a alguien, y no se puede o no sabes y se te viene todo encima.
O querer buscar el amor en los lugares equivocados, dónde la gente esconde lo que realmente siente y dónde yo no entiendo si es que se espera algo de mí.
Una tensión dentro, en el estómago, que es donde todo cobra vida. Donde sientes mariposas, nervios y tensión. Y más abajo.
Cuando tienes la impresión de que las cosas se te quedan pequeñas o todo te viene demasiado grande.
Los recuerdos del pasado que te atormentan. Creer que las cosas ocurren especialmente (y especiales) cada nueve años. Perder la esperanza de que fue especial. Hacer y decir tonterías que no obtienen respuesta.
Seguramente dirigir gestos únicos para las personas equivocadas. Y ser consciente de ello pero perdonarme a mí misma porque no sé hacerlo de un modo diferente.
Hacerte más vieja, pero no confiar en ser más sabia.
Seguir siendo de buena tonta, pero ya no tanto.
Y pensar que algo se acaba. Que no queda tiempo para nada.
Que duele, que estoy inquieta, que algo cambia... Y necesitar una energía que he consumido, que quiero recuperar.
Y que a lo mejor sean imaginaciones mías. Que sea la época de exámenes y eso me trastoque.
Y que sea de esas pocas veces en las que escribir, no hace que me sienta más tranquila.
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