Son cosas que pasan. Todo sea por no dejar sola a mamá.
La tía no está bien. No sabemos si llegará a mañana... o al año que viene, y eso que no queda nada.
Ahora duerme. Desde el sillón de la habitación oigo como respira fuertemente. Cuando se calma, asomo la cabeza por encima de mis rodillas, y observo su edredón. Se mueve. Todo va bien entonces. Mamá hace sudokus y de vez en cuando, el reloj para ciegos del tío, nos canta la hora que es.
La puerta entre abierta. Me asusta que otra monja con hábito color marrón entre a alterar la quietud del ambiente. No me gustan, por muy majas que sean. No soy nada religiosa.
Los ojos de las personas en las fotos antiguas que decoran el taquillón observan todo. Son recuerdos de la vida. De los momentos felices... pero nadie dice que la tía no vaya a ser feliz después de esto.
Ella no sabe que se muere. Que no hay retorno... al menos nadie se lo ha dicho.
Supongo que lo intuye. Papá dice que a veces parece como que intenta valerse por sí misma. Como si estuviera luchando contra lo irremediable. Mamá, q la morfina es lo que hace que esté perdiendo la cabeza... y así seguirá hasta que se apague.
Se ha quedado tan minúscula... y está amarillita. Chiquita, muy chiquita.
Recuerdo las cenas que preparaba. Esas tortillas de patata, como dice mi hermana. Mis padrinos de bautismo, aunque nunca lo haya sentido así. Recuerdo su risa. También que con el tiempo, se fue ablandando. Supongo que para una persona que nunca ha tenido hijos, era difícil llevar el ritmo de una niña tan inquieta y cariñosa como yo.
Cosas. Malas y buenas.
No sé qué pensar cuando estas cosas suceden. Sé que es real, pero a la vez me parece un espejismo.
No soy la única que mira el edredón cuando la tia sufre una apnea. Acabo de cruzar la mirada con mamá. Una sonrisa de complicidad. Yo vuelvo al blog. Ella a sus sudokus.
Mañana se acaba el año y no sé si comeremos las uvas con la prima o en un tanatorio.
Odio las muertes en Navidad. No por mi o porque se deba estar alegre o porque la gente está a otras cosas. Las odio porque luego las personas, cuando pasan los años, no lo disfrutan. Sólo recuerdan que en esa navidad del año "a" día "d", murió alguien.
Las Navidades para mí siempre han sido mi época favorita del año, pero siempre recuerdo en ellas a alguien llorando. A mi madre o a mi abuela.
Este año mi madre no tenía motivos para ello. Ahora que ha recuperado a sus hermanas, la abuela está bien y celebramos juntos, debería ser feliz. Ésta ha sido la primera Nochebuena de muchos años en la que no la he visto llorar.
Mañana es Nochevieja. Como siempre lloraba, ella y papá iniciaron la tradición de subir al pueblo. Con sus amigos. Allí no sé si lo hacía, pero al menos era más feliz. Este año se quedan. Por la tia y por la familia... y yo sólo quiero no tener que verla llorar.
Aquí sentada, entre la luz y la sombra de la habitación, me pregunto qué pasará mañana, por qué no me besas otra vez y si en Nochevieja habrá lágrimas.
Y en el egoísmo, pienso en mi abuela y no puedo evitarlo. Pienso que siga bien. Pienso que lo que pueda pasarle a ella me da más miedo que ésto. Pienso que tiene 94 años.
Hay muchas cosas verdes en esta habitación. Me pregunto si es que las respuesta a todas estas dudas, es la esperanza.
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