A veces las cosas no salen como queremos. A veces, y es una pena, los besos, los abrazos, el amor... se quedan a medio gas y en el tintero. Y a dónde van todas esas muestras de cariño, es lo que me pregunto muchas veces.
La gente te decepciona. Lo que no te mata te hace más fuerte... Y cuántas más veces caigo, desde hace un tiempo, más cicatrices siento. Más callo. Más dureza.
Me siento con menos ánimos de perdonar estupideces que se hacían con 15 años para empezar a tomármelas como ofensas que se infrigen a los 30. Me siento menos permisiva, más irascible, más exigente. Conmigo misma y con los demás. Más orgullo y mayor sensación de que mirar para otro lado cuando un amigo no me valora, no es lo que busco en mi vida.
Ganas de deshacer cosas. De establecer prioridades del mismo modo que aquellos que consideran que mis prioridades tienen que ir, por cojones, en 2° plano a las suyas. De dejar de hacer cosas que en realidad me gustan y disfruto porque no me siento valorada aunque piense que, de hecho, eso me hará más daño a mí que al grupo.
El sentimiento de abandono y desorden en todo aquello que conocías y creías que estaba bien. Como si la gente cambiara, se cegara con cosas que no me incumben, y se olvidaran de que lo importante es lo que tienes justo debajo de la nariz.
Intentas hacer las cosas bien, pero no funciona, hagas lo que hagas.
Y saber que ese desorden en mi habitación villacukiana, no es más, por mucho que me pese, que el reflejo de lo que está anidado en mi mente, mi corazón y mi estómago.
Volver a casa, con la sangre de mi sangre, y esperar recuperar un yo vago y lejano, semi difuminado por las lágrimas de darte cuenta de que se acaba Soria, y parece que el mundo allí creado, se autodestruirá en 7 meses...
La fortuna sonríe a los audaces.
La gente te decepciona. Lo que no te mata te hace más fuerte... Y cuántas más veces caigo, desde hace un tiempo, más cicatrices siento. Más callo. Más dureza.
Me siento con menos ánimos de perdonar estupideces que se hacían con 15 años para empezar a tomármelas como ofensas que se infrigen a los 30. Me siento menos permisiva, más irascible, más exigente. Conmigo misma y con los demás. Más orgullo y mayor sensación de que mirar para otro lado cuando un amigo no me valora, no es lo que busco en mi vida.
Ganas de deshacer cosas. De establecer prioridades del mismo modo que aquellos que consideran que mis prioridades tienen que ir, por cojones, en 2° plano a las suyas. De dejar de hacer cosas que en realidad me gustan y disfruto porque no me siento valorada aunque piense que, de hecho, eso me hará más daño a mí que al grupo.
El sentimiento de abandono y desorden en todo aquello que conocías y creías que estaba bien. Como si la gente cambiara, se cegara con cosas que no me incumben, y se olvidaran de que lo importante es lo que tienes justo debajo de la nariz.
Intentas hacer las cosas bien, pero no funciona, hagas lo que hagas.
Y saber que ese desorden en mi habitación villacukiana, no es más, por mucho que me pese, que el reflejo de lo que está anidado en mi mente, mi corazón y mi estómago.
Volver a casa, con la sangre de mi sangre, y esperar recuperar un yo vago y lejano, semi difuminado por las lágrimas de darte cuenta de que se acaba Soria, y parece que el mundo allí creado, se autodestruirá en 7 meses...
La fortuna sonríe a los audaces.
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