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viernes, 12 de agosto de 2016

♫ Qué tienen esas manos... ♫

Nunca me ha gustado "El canto del loco", pero el otro día escuché una canción suya de mi adolescencia y me recordó algo. Concretamente a alquien.
Como si esas absurdas letras, casi sin sentido, estuviesen intentando darle un significado a algo que no consigo descifrar.
Ese tipo de cosas que no tienen ningún porqué. Que ocurren sin más, despertando viejas y olvidadas pasiones que dejaste por el camino y de las que casi ni te acordabas.

Siempre me han gustado las manos. Me he fijado en ellas. Quizás porque sabes que, con ellas, tocas. Sientes. La piel de otra persona, principalmente. Las manos tienen el poder de recorrer tu cuerpo y erizarte el vello de la nuca. Casi tanto como los labios de otra persona en un buen beso. Lento, despacio, con la lengua en su justa medida. Jugueteando.
Muchas veces se trata más de lo que nos imaginamos que podemos hacer, o lo que nos pueden hacer, que de lo que realmente suceda o pueda suceder.

He visto tus manos. Y me gustan. Más de lo que quiero admitir. Y no puedo evitar que se me venga esa estrofa a la cabeza si las imagino.
"Qué tienen esas manos"
Es un problema. Mío únicamente. Lo tengo claro. Pasará, como todo en esta vida. Es absurdo. Bien lo sé. No hay motivos, ni razones, ni se ha dado lugar a equivocaciones.
A lo mejor todo viene del aburrimiento, del óxido de aquellas enfermedades de marzo; del dormir solo.

La vida es un tren. Ya lo sabe bien mi amigo Xavi. La vida es un tren que para brevemente en estaciones. Esta es una de ellas. He visto gente perder un tren delante de sus narices. He visto gente coger otro sin saber siquiera hacia dónde les llevaba. Les hay que cogen el primero que pasa aún viendo que está destrozado por dentro (incluso por fuera), dejándose la piel en el intento y acabando en peores condiciones que el vagón más viejo.
Yo no cojo trenes. Hace mucho que dejé de hacerlo. Los veo pasar por delante, como los abuelos que están siempre en los bancos de la estación. Los veo y pienso que estaría bien montarse en uno. A veces, con un pie en el andén y otro en el vagón, me entra miedo al pensar que no sé dónde va a parar y vuelvo caminando al banco.

Luego está el ser uno mismo. Hay gente que te anula y gente que no.
A mí me gusta hablar. A veces se me da mejor escribir. Como en este caso.
El problema viene cuando me quedo callada. No es que sea un problema. Es que tengo dos tipos de silencio:

Uno, cuando me gusta escuchar lo que otros tienen que decir y observo para crear un juicio propio.

El otro, cuando me siento completamente anulada. Anulada hasta el punto de no ser capaz de ser yo misma: relajada, sonriente y con desparpajo. "Una chica de carreta y bombardeo", como me dice mi tío abuelo. Me vuelvo disléxica, "discuérpica" y disonante.

Y es una mierda. Sentir que quieres pasar tiempo con alguien y que no puedes porque tienes un miedo al ridículo constante. Me "consuela" (hasta cierto punto) el saber que muchas veces ese segundo silencio no depende tanto de mi comodidad, sino de lo cómoda que me haga sentir la otra persona. Es en ese preciso instante, cuando soy consciente de que no depende de mí sino del otro, en el que mi mecanismo de defensa tendría otras dos opciones:

- Sacar lo mejor de mí, todo para afuera. Apabullante Bea. Como un pavo real que extiende su cola.

- Salir corriendo porque esa situación no se merece mis esfuerzos.

Lamentablemente, el pavo real ha perdido muchas plumas desde que abandoné la isla en la que mostré todos los colores posibles (y alguno inventado) y no se han regenerado.
Lamentablemente, se me da muy mal correr. Patético, ¿verdad?

Y ahí me quedo. Mirando tus manos. Y miro tus manos porque no me atrevo a mirarte a los ojos, no sea que me vayas a ver tú también a mí. O quizás vayas a descubrir mis anhelos. Ese oscuro secreto a voces. Gris oscuro.
Porque has levantado todas las banderas rojas de mis instintos de supervivencia. Todas y cada una de las señales que tengo marcadas para saber cuándo echar a correr en la dirección opuesta a la gente como tú. Pero, de nuevo, se me da mal, muy mal, FATAL, correr.

Así que me paro, me siento y observo. Como los animales en las Nacionales conduciendo de noche. Los hay que cruzan la carretera. Con buena suerte llegan al otro lado. Con mala suerte, acaban bajo las ruedas.
Y los hay que, como si fueran dos bombillas iluminadas, te miran desde el quitamiedos.

Al fin y al cabo ya sabemos, ellos y yo, que el que va a salir corriendo vas a ser tú.