Star memories

jueves, 28 de febrero de 2013

Presencias



Mi vida está llena de ausencias. Un vacío que no se puede llenar. 

La separación. Se bien cómo os sentís. Como un agujero de bala. Algo que duele como una punzada, que quema, que no se va. Cómo si te hubieran arrancado el estómago. Es desgarrador. La cama vacía, el olor del ser querido, el sonido de su voz.

Un llanto incontrolado. La necesidad de una bocanada de aire. Sentir que casi no puedes respirar. El síndrome del miembro fantasma. Te han amputado una parte de ti que ya no está, pero que te sigue doliendo y cuando tratas de alcanzarla con las manos para aliviarte el dolor, te das cuenta de que simplemente, ya no está.

Nunca entenderé el mecanismo de una despedida. No sé si me he acostumbrado a ellas. Creo que no lo haré nunca.

Nunca entenderé si físicamente suponen algo real para el ser humano o si ese dolor y esa presión en la cabeza, están tan sólo en nuestra imaginación.

El beso a esa persona a la que amas con lágrimas en los ojos, no sabiendo cuándo volverás a hacerlo, reteniendo ese sabor de sus labios, esa textura suave de seda, esa saliva caliente que tanto placer y hormigueos te ha provocado.

El abrazo en el que rezas, aún siendo ateo, para que se pare el mundo. En el que casi no oyes aquello que te rodea, en el que sientes el latido del corazón del otro, sin ser consciente de ello.

Y entonces te separas, el aire comienza a correr entre ambos cuerpos, como quien corta los ligamentos… y lo último que se sueltan son las manos, las yemas de los dedos… y la punzada comienza.
No es lo mismo despedir a un amigo que a un amante. Los amigos, a pesar del llanto incontrolado, de las convulsiones nerviosas del pecho por falta de aire, son personas que volverás a ver. Que sabes que volverán a ti. Que sabes que siempre volverás a ellos. Familia que escoges para que se quede siempre contigo.

Cuando despides a un amante… es un torbellino. La incertidumbre, el miedo (tan poderoso y soberano del amor), la costumbre, el corazón que se para, la sangre que se hiela, los ojos que no ven en el mar de lágrimas, la angustia de la mañana al abrir los ojos y no verle… pero la noche… el peligro. El aferrarte con rabia a la almohada, las lágrimas amargas, más que nunca, el hipo incontrolado, el dolor de garganta, los ojos rojos… Y el frío… ese frío. Ese despertar de madrugada que se repite una o varias veces, con la mandíbula apretada, deseando que nada de esa ausencia sea real, ese miedo a abrir los ojos y al hacerlo, mirar el hueco vacío de la cama… y romper a llorar otra vez.

Dos amantes que se lloran al decirse adiós o hasta pronto, son dos amantes que se aman. 

El que llora cuando ama, es que ha amado plenamente. 

Y a pesar de lo amargo, del vacío, de ese abismo que se siente, como un ser hueco sin más órganos que piel y hueso, volvería a hacerlo.

Volvería a amar. Aunque luego venga esa ausencia a recordarme que sigo vivo y que todo lo vivido, fue real.

Corfú, Kerkyra, Greece

martes, 19 de febrero de 2013

Vosotros


Llevaba tiempo pensando en escribir esto pero creo que me faltaba el tiempo para entender que era real. Hoy hablando con Dani, supongo que lo he visto claro. Y digo Dani porque este post no sólo está dedicado a mis cukis napolitanos, si no que este post también se lo dedico a él, a aquella gente que he ido conociendo desde que empezó mi andadura internacional y también a esa experiencia que se llama erasmus.
Ross y Fabri ya no viven conmigo. Es un vacío que no consigo suplir, una ansiedad de saber que cuando vuelvo a casa no van a estar. Una necesidad de huir y de no estar dónde ellos tampoco... y es que, nos guste o no, eso es el erasmus.
Quizás no fuese tan maravilloso si durase para siempre, aunque queramos... pero tengo claro que vivir un erasmus o acompañar a la gente que lo vive, te da vida... y te enseña a amar en modos inimaginables. Sin medida... porque tiene un principio y un fin, aunque a las personas que conozcas en el camino vayas a amarlas toda la vida.
No me gustan los relojes. El tiempo que pasa monótono me oprime. Hace tiempo aprendí a vivir cada momento como si fuese el último... y a veces incluso perfeccioné la técnica de hacer que esos breves minutos u horas que parecen pasar tan rápido cuando eres feliz, fuesen tan lentos como cuando el tiempo es tedioso y solitario... y fui feliz, y lo soy, aunque la ausencia llegue, tarde o temprano.
Yo he aprendido a amar sin medida en estos años, a reconocer lugares, personas, estaciones... por el olor del aire, por el color del cielo, por la luz de la luna o por el cantar de un grillo.
Hace poco leí un estracto de José Saramago que decía: "El tiempo no es una cuerda que se pueda medir nudo a nudo. El tiempo es una superficie oblicua y ondulante que sólo la memoria es capaz de hacer que se mueva y aproxime".
Y no hago más que pensar que eso es tan cierto como aquello que dijo Tennessee Williams de que "El tiempo es la distancia más larga entre dos lugares"... porque a mi no me separan kilómetros de las personas a las que tanto amo, sólo horas. De avión, de coche o de andar a pie... y porque si depende de la memoria, en realidad es como si nunca nos hubiésemos separado.
Y aprendí a amar así porque no podría daros todo lo que significáis para mi en dosis pequeñas, cuando el tiempo físicamente juntos a veces es tan breve... tenía que encontrar la manera de reponerme al dolor y de seguir amándoos, a pesar de todo... Y creo que lo he conseguido.
Cierro los ojos y puedo verme a mí misma en aquella azotea griega, mirando las estrellas.
Cierro los ojos y veo a Tony entrando por la puerta de mi casa, y escucho su voz diciendo "holaaa", con ese acento pugliese.
Cierro los ojos y Giorgia está durmiendo conmigo (como hiciera Ross estos días con dos años de diferencia). Oigo su risa y escucho el tintineo de su pulsera.
Cierro los ojos y Pauline me enseña a preparar un quiché y sonríe.
Cierro los ojos y veo a Billy, aquel San Juan, doblando aquel papel con nuestros deseos y quemándolos en la hoguera improvisada de la barbacoa.
Cierro los ojos y Fabri me abraza, me dice: ehh lei y me da un beso en la frente.
Cierro los ojos y veo a Kelly escandalizarse porque digo "cables" en un sitio público griego.
Cierro los ojos y Luca compone mientras Marco y yo nos besamos a escondidas en el balcón de la cocina, con el sonido de aquel búho que siempre nos perseguía.
Cierro los ojos y veo a Elvi sentada en mi sofá por primera vez o a Alice preparando churros en mi cocina. A las dos cantando conmigo en el coro, mirándonos, con esa complicidad que nos hará recordar la letra de la canción.
Cierro los ojos y Xavi está sentado en el sillón, haciendo la broma absurda de la bicicleta en el oído, con la mirada perdida, preguntándose porqué su humor belga difiere tanto del castellano.
Cierro los ojos y veo a Amador, Kevin y Betsy sentados conmigo en aquella terraza de esa casa que fue mi refugio, con un frappé fresquito sobre la mesa blanca, empezando a reconocer los sonidos y los olores de un país extranjero.
Cierro los ojos y veo a Rossella, caminando conmigo por el Collao, a la 1 de la mañana, sonriendo, feliz, y yo...
Os veo a todos. Cada día.
Y aprendí a amar con pasión y a vivir intensamente porque me enseñásteis que a veces un recuerdo no es suficiente para el ser humano, que a veces se necesitan hechos, momentos tangibles... y me dísteis tantos...
Así que Dani, no sólo pienso estar para sujetarte, también estaré para recordarte que es muy fácil seguir juntos. Sólo hace falta recordar. Hace falta fe, confianza y polvo de hadas.
Y a veces podré parecer poco realista, impetuosa, loca, irreverente,  o nada correcta... pero es que en esta vida he aprendido que, para poder amar de verdad y recibir amor del bueno, hay que perder los papeles y la cabeza, hay que sentir. Para lo malo y para lo peor.
Y eso es vivir.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Educación

¿Es la educación un derecho fundamental? Y lo sea o no, ¿qué pasa con aquellos que necesitan de los recursos económicos necesarios para desarrollar una carrera profesional que nos ayude a conseguir un buen trabajo en el futuro?
Este año me corresponde una beca del estado. He trabajado duro y he comenzado un nuevo año académico con el 100% de los créditos aprobados. Casi cada día consulto mi solicitud en la web del ministerio deseando ver un aprobado que no llega... No dejo de escuchar a gente con recursos, compañeros universitarios, que ya han recibido esa beca y que proclaman con orgullo que les han dado más que nunca. Sé que esa gente comulga con determinadas ramas sectarias religiosas así como con las medidas más extremas de un gobierno que, no seamos hipócritas, sabemos de qué pie cojea... y yo, políticamente activa desde que tengo uso de razón, tengo miedo. Sí, miedo. Qué triste en un país que solía ser ejemplo de libertades. Tengo miedo a firmar cualquier tipo de acto de rebeldía, cualquier propuesta de cambio de las miles que circulan por redes como Amnistía Internacional, Change org, Avaaz... porque en ellas se encuentran mi nombre, apellidos, DNI, dirección y correo electrónico. Tengo miedo a publicar en facebook cualquier noticia que difunda la palabra de que este gobierno nos está ninguneando y riéndose en nuestra cara... Y tengo miedo porque está llegando un punto en el que no sé si esas medidas a título personal que intento defender, podrían estar repercutiendo en mi futuro, en las posibilidades que tengo para terminar una carrera universitaria. Y no hay cosa más rastrera que tener que permanecer en silencio. Me duele, y tengo miedo... miedo de proclamar que mi ideales políticos son de izquierdas pero que amo mi tierra y amo lo que hago, con lo que me quiero ganar la vida para estar orgullosa de mí, para que mi familia se sienta orgullosa de mí. Y no veo el día de no tener que pedirle dinero a las personas que hacen posible que yo siga estudiando, que son mis padres y mi hermana. Y que ella, que es una maestra excepcional, no pueda dedicarse a aquello para lo cual ha nacido, gracias a las medidas de ese mismo gobierno que considera que en este país sobran profesores y facultades. ¿Qué tipo de broma es esta? Y escribiendo esto, tengo aún más miedo... pero no puedo no luchar y seguir en silencio.