Star memories

lunes, 26 de junio de 2017

Sentimientos

Pues claro que tengo sentimientos.
Por supuesto que los tengo. Yo no hago el amor con alguien por quien no sienta algo. Y si esto era sólo sexo, por qué te quedabas a dormir. Por qué decías que te quedarías hablando en la cama conmigo todo el día. Por qué decías que al día siguiente me ibas a hacer el amor en el almacén. Por qué decías que te gustaba verme sonreír. Por qué sonreían tus ojos al mirarme. Por qué querías quedarte dormido abrazado a mí o poniendo tu mano en mi cadera cuando te dabas la vuelta. Por qué eres tan cobarde o tan mentiroso.
Qué te he hecho para que me mientas a la cara. Cuándo te he mentido yo a ti. Por qué sigo recomponiendo pedacitos de hombres que no están dispuestos a recomponerme a mí.
El alcohol y las drogas son un movimiento circular nocivo que se muerde la cola.
Por qué estabas tan agusto conmigo y yo contigo y aún así lo haces tan difícil. Por qué no hay más hedonismo, menos miedo a sentir, menos miedo a vivir.
Las lágrimas curan las heridas del alma. Y curan cuando te sientes utilizada.
Por qué me tienes aprecio y crees que me respetas cuando no lo haces. Y sigues pensando que eso es respeto. Respeto a qué.
Algún día aprenderás a diferenciar buenas personas de malas personas.  Buenas personas, aunque suene pedante, soy yo. Que me preocupo porque estés bien y llegues bien a casa cuando te veo perjudicado. Mala persona eres tú, cuando, aún siendo buena, te suda la polla si llego a casa en un mar de lágrimas o no, borracha como una cuba o no, porque en realidad me has utilizado del mismo modo que te utilizaron a ti.
Malo tú, por darle poder a la gente que te hizo daño siendo tan dañino con la gente que te quiere como la gente que quisiste contigo.
Por qué ahora y no nunca.
Por qué me gustas ahora en vez de seguir no gustándome nunca, como cuando te conocí.
Por qué me evocas canciones que no te mereces y que te susurro en la cama mientras sonríes y me besas.
Estoy segura de que conoces esa sensación de tener un imán positivo anclado en el pecho que se siente atraído por todos los imanes negativos que envuelven tu piel.
Y no ser capaz de saludarte porque me bloqueo pero saber pedir perdón cuando sé que he sido inmadura... Y mientras tú me dejas pasar, escoges perderme... Y yo me muero por dentro cada vez que te recuerdo queriéndome. Y no entiendo nada. No entiendo si ese eras verdaderamente tú o si solo me estabas mintiendo para meterla en caliente esas noches.
Después de la primera vez me pregunté si siempre iba a pasarme esto. Si siempre me encontraría hombres​ que no querrían repetir. Si había algo malo en mí.
Y luego pensé que no, que habías decidido tirarte a la piscina, vencer tus miedos, ser el que yo merezco, hundirnos juntos hasta que quedarnos sin aliento, sin pensar en otro día que no fuese hoy...
Pero siempre que has salido por la puerta he visto tu mirada. Esa mirada que gritaba arrepentimiento, aunque luego me dijeras siempre que nunca te has arrepentido.
Y yo sigo manteniendo un rayito de esperanza. Porque me gustan tus abrazos, qué cosa más boba y a la vez tan sentida. Me gustan tus manos, me gusta tu boca, me gustan tus ojos... Y a mi lengua le gusta tu lengua. Le gusta explorar tus rincones.
Y a mi cuerpo le gusta tu cuerpo. Más aún, le gusta la forma en que tú y tu cuerpo le hacéis sentir. La forma en que tú encajas en mí. La forma en que mi cuerpo está preparado sin descanso para tu roce. Y lo peor es que lo sabes y te gusta, pero no te atreves a decirlo fuera de estas cuatro paredes. Fuera de tus muros y redes de seguridad.
Es una pena que vivas a expensas del qué dirán o del cuánto dolerá. Porque para mí eso no es vivir. Y prefiero regodearme en el dolor y saber que he vivido a arrepentirme de haber dejado cosas a la mitad o sin hacer por la cobardía, el miedo y el pasado.
Carpe Diem te dije una vez. Y no en plan libertinaje, sino de la manera más romántica y empática que existe. Desde las palabras que se dicen a corazón abierto sabiendo que te expones delante del otro. Porque total, mañana podríamos estar muertos y, a lo mejor de una sola noche juntos, conseguí que al menos, por unas horas, los dos fuésemos las personas más felices, queridas y satisfechas sobre la faz de la tierra.
Correspondencia, exaltación, amor, consumación y empatía.
Negación, ira o indiferencia, negociación, dolor y aceptación.
Y me muero de pena cada vez que te veo y no puedo tocarte.
Y me hierve la sangre cuando no me miras y se me eriza el vello de la nuca cuando sí lo haces. Y te quiero sonreír y tú ahora casi ni me ves.
Y siento que ya está, que esto ha sido todo. Que cuando lo dijiste, lo dijiste de verdad. Que ahora tengo que acostumbrarme a tus ausencias y a tus desplantes. Que me he dejado tantas cosas que quería probar contigo, que quería sentir, aprender y vivir... Pero sigo teniendo dentro de mí esa cabeza loca que ve los muros de piedra como si fuesen cortinas de agua. Sigo estando dispuesta a darme de bruces contra ellos hasta abrirme la cabeza.
Me recuerdas a él. Que me decía que yo estaba empeñada en tirar los muros a golpes mientras él se paraba delante a hacerse preguntas retóricas: ¿De qué está hecho el muro? ¿Puedo saltarlo? ¿Puedo rodearlo? ¿Qué habrá detrás? ¿Realmente quiero atravesarlo?
Me queda la única esperanza de irme. De irme para dejarte atrás y volver a empezar. De alejarme para no ver tu sonrisa, ni tus ojos, ni tus manos. Ni ese cuerpecillo tan salado que no puedo dejar de recorrer y descubrir con mi mirada, porque mi piel ya no tiene acceso directo.
Y me iré con ganas de volver. Y me iré con lágrimas en los ojos. Y pensar que se acerca ese día y que no puedo aprovechar ese tiempo a tu lado me parece lo más absurdo que podría haber ocurrido.
Porque ahora mismo podría haber una fila interminable de hombres delante de mí y el único al que me llevaría conmigo a casa, a la cama y al fin del mundo, eres tú.