Star memories

martes, 14 de marzo de 2017

Recurrente

A veces me pregunto cómo sería yo si no te hubiese conocido.
La playa, las azoteas, los recuerdos, las lluvias de estrellas, las risas, las lágrimas (muchas)...
Los besos, huidizos como tú.
Cambiaste algo en mí. Lo modificaste. De eso no me cabe duda.
Me quitaste algo. Te lo llevaste... Pero lo peor es lo que tú me diste a mí. Esa presencia. Tan amarga, latente... Aún conservo las fotos, aunque hace años que no las miro (y tu carta en el cajón de mi mesilla y tus mensajes en el teléfono y tus correos electrónicos) pero sé que no necesito mirarlas para seguir viéndote a ti.
Tus facciones: pelo negro tizón, mandíbula firme y marcada, nariz pequeña y redonda (extrañamente parecida a la mía, decías) con un piercing negro en la aleta derecha, pestañas inmensas, ojos miel y verde y esmeralda, boca de labios finos, dientes imperfectos (aunque yo no les veía la imperfección), lengua de trapo, ceceo constante, orejas adecuadas con unos lóbulos perfectamente separados y con cartílagos enmarcados con pendientes, manos rápidas y artísticas (pintura, música, composición...), brazos y piernas con un tatuaje aquí y allá, la mayoría hechos por ti mismo, piel suave, morena... Y cerebro de genio. Atormentando, pero de genio. Como a mí me gustan, difíciles, un reto... Y con un corazón que partir al final del camino, el mío, como no podía ser de otra manera.
Creo que sé porqué me cuesta tanto dormir esta noche. Un día como hoy, o al menos en una semana como esta, me estaba enamorando perdidamente de ti (en realidad ya lo estaba desde la primera vez que te vi)... Y en más o menos siete días me estabas partiendo el corazón por primera vez (porque lo hiciste muchas veces y porque te dejé hacerlo).
Ya me habías dado el primer beso. Lo hiciste sin pensar, como te pasaba cada vez que te perdías en mis formas, mis sonrisas y mis mil maneras de intentar que te quedases conmigo. Ya me habías hecho alguna que otra grieta en el corazón pero yo seguía intentándolo. Al fin y al cabo siempre me dabas migajas para seguir, confesiones secretas, caricias a escondidas, miradas fijas, decirme que para ti era perfecta... Ay, la vanidad... Y tú y yo lo somos.
Decías que en esta vida nos sentimos atraídos por la gente que nos resulta familiar, especialmente si se parecen físicamente a nosotrxs mismos (amor propio, egocentrismo, autoestima y certeza sobre la auto-perfección: para ti éramos parecidxs en el exterior).
Yo creo que, teniendo en cuenta tu teoría como verdad asumible, también nos parecíamos por dentro (inteligencia, vanidad, reto mutuo, desafío mental, competición, retroalimentación, daño y aprendizaje).
Tus: "Nunca dejes que nadie te haga creer que eres estúpida" o "Yo nunca podría estar con alguien que fuese más inteligente que yo"
Mis: "Por eso tú y yo no estamos juntos" (sonrisa de satisfacción/ winning smile).
Seguramente la mayor diferencia que existía entre nosotrxs era la capacidad de auto-reconstrucción.
Por tu parte una carta, algún que otro Skype cuando te convenía y otra persona a la que querer.
Por la mía, dejar de contestar tus mensajes dos años después cuando por tercera vez te olvidabas de mi cumpleaños y me escribías al día siguiente, dejándome con una no continuación a mi respuesta esperando ansiosa que te acordases de mí (esta parte, lamentablemente, no es algo que haya mejorado desde entonces con respecto a otros seres que se hayan cruzado en mi camino), seguir siendo algo buena y recomponer pedacito a pedacito las sobras que dejaste de mí.
Tú, lleno de mi amor y mi autoestima.
Yo, llena de tu imagen, tu sombra y tu vacío.
Injusto, ¿no?
¿Me arrepiento? Ojalá.
A veces sigo rezando a Muchachito Bombo Infierno por ver si su canción se convierte en realidad pero eso no me devolverá el tiempo.
A veces aún sigo imaginando que camino por la calle en algún lugar del mundo y de repente choco contigo. Que todo vuelve a empezar pero contigo del otro lado de la balanza. Que no sabré si darte una bofetada dramática o comerte la boca.
En ese encuentro, el tiempo congelado como la primera vez que te vi, como si todo lo demás estuviese en pausa durante los tres segundos que nos miramos a los ojos y que a mí me parecieron veinte, todo lo demás diluido e inexistente.
Después de ti lo sigo teniendo todo pero eres una pesadilla recurrente. Un recuerdo que me persigue, que me hace escribir.
Cinco meses que podría describir día a día sin olvidar ni un mísero detalle. ¡Yo! Que tengo que apuntarme todo para que no se me olvide lo que tengo que hacer mañana...
Igual es eso. Igual ocupas demasiado en mi disco duro.
No te mereces nada de esto. Ni mis pensamientos, ni mis recuerdos, ni mis lágrimas, ni mis medias sonrisas... Ni siquiera que te escriba (aunque lo haga).
Supongo que esto es mi cura. Sacarlo para afuera con la tranquilidad de la que sabe que en realidad escribe para sí mi misma. Porque no lo leerás nunca, ni lo entenderás ni podrías comprenderlo.
No lo verás porque no tienes acceso, no lo entenderás porque el castellano es muy complejo en su forma literal y metafórica para quién no conoce el idioma y no lo comprenderás porque tener conciencia, amar y respetar son conceptos que a veces te pasan inadvertidos.
Ambos sabemos que me merecía más. Ambos sabemos que yo te di más de lo que merecías.
Pero aún sabiéndolo yo le escribo a tu recuerdo y tú, simple y fríamente, dejaste de hacerlo.
 

«Y hacía un frío terrible pero nada hice por protegerme de él, por ahuyentarlo, porque aun creyendo que podría llegar a morir congelado, ese frío era lo único que me quedaba de cuando estuviste conmigo.»
~Alfonso Navarro Ventura~