Star memories

sábado, 23 de septiembre de 2017

Heart versus mind

Creo que no estoy preparada para soltar pero sé que debo.
Creerá que estoy loca, pero como dirían Mocedades o Isa Calderón:
"Estuve loca ayer, pero fue por amor"  

Isa Calderón "Lobster"

Las cosas no vienen dadas porque nos las inventemos sino más bien por las mentiras que nos creemos. No es la primera y, aunque desease que fuese la última, no puedo decir que de este agua no beberé.
Es una lástima dejar aflorar toda una serie de sentimientos con la intención de alimentar una relación nociva.
Alimentar un ego ajeno que alimenta tu humillación personal.
Dar migajas que se cogen como si llevases pasando hambre toda una vida.
Acepto que todo el mundo tiene derecho a sentir y dejar de sentir.
No puedo aceptar que esos sentimientos sean considerados un derecho para utilizar a otras personas. Sea sexual o anímicamente.
Desgraciadamente el complejo de Juana de Arco siempre me da más disgustos que alegrías.
Me empecino en salvar gente que no necesita ser salvada.
Que simplemente me va a arrastrar con ella.
Hace muchos años decidí no volver a enamorarme. No buscar ninguna relación sentimental con nadie del sexo opuesto. Esa decisión se convirtió en una maldición.
La maldición de no poder evitarlo.
Mi hermana siempre dijo que yo era una persona bohemia. Que no me enamoraba de las personas, sino del amor. Y, con el amor, viene el concepto idealizado de lo que tú crees que son en realidad esas personas.
Esa maldición me convirtió en una mujer ingenua adicta a las relaciones prefabricadas, nocivas. Las que vende Hollywood en cada producción de mierda dónde los conceptos de heteropatriarcado y princesas que necesitan ser salvadas por hombres manipuladores, egoístas y con baja autoestima florecen como las setas venenosas en cuanto caen cuatro agónicas gotas de lluvia.
Yo no era una princesa en apuros. Al menos no de primeras. Pero sí acababa siempre convirtiéndome en un ser pusilánime, anulado y henchido de buenas intenciones que tenían el único objetivo de conquistar, reparar y restaurar a ese intento de personas, que no merecen ni el título de hombres, como si de un mueble viejo y apolillado se tratara.
Imagínate estar lleno, ver las setas y pensar: "Bueno, un poco más no hará daño". Masticas, tragas y empiezas a alucinar.
Porque a mí me han enseñado que mentir está mal. Y que la gente es buena. Y por eso procuro rodearme de ella.
Un día la profesora preguntó en clase de Psicología que levantasen la mano todas aquellas personas que tuviesen algún amigx, familiar, compañerx de trabajo que les hiciese sentir mal y al que tuviesen que sonreír por cortesía ante su falta de respeto. Yo no levanté la mano.
Nadie que considere amigx me hace sentir eso. Si los ha habido no han durado mucho en mi vida.
Mi familia, toda ella, son los ingredientes generacionales de quien soy. Su salvia en mi árbol genealógico me ha hecho analizar, aprobar y rechazar comportamientos propios y ajenos para no arrastrarlos en mi carga genética.
Una actitud de ese género no se la aceptaría a un compañerx de trabajo y, actualmente, puedo ser feliz de trabajar con quien lo hago.
Quizás si hubiese especificado: "Que levante la mano quien sea tan gilipollas de aceptar que una persona que te interesa, en el sentido sentimental de la palabra, te trate como si fueses un cero a la izquierda", hubiera tenido que levantar las dos.
Y de ahí viene que escriba este blog hoy.
De la rabia seguramente, de la ira. Del sentirme estúpida por seguir creyendo que quedaba algo de bueno en todo lo que siento. Por seguir alimentando mi esperanza como si le debiese algo a alguien, como si no me pudiese creer que, dados los hechos, esa persona en realidad siente desprecio hacia mí. ¿Cómo va a sentir desprecio si mi cerebro, automáticamente, creyó todo lo bueno que me decía?
La gente no miente... ¿no? Bueno, quien no miente en realidad es la gente que te sigue acompañando cada día. Los que no apartaste en su momento porque te hacían bien y te ayudaban a construir este yo en el que me he convertido.

Me va a costar. No porque sea irremediablemente subnormal sino porque nunca me acostumbro a pensar que no toda la gente es buena.
En cualquiera de los casos, él estará mejor sin mí y yo, categóricamente, estoy mucho mejor sin él.
Y puede venir todo Hollywood con un ejército que me voy a pasar sus historias de amor por el mismísimo coño.

Los hombres sanos mentalmente y feministas siempre serán bienvenidos a mi vida.
Deja de ponerte excusas.

Cómo dice Isa Calderón:
"El amor, como los recuerdos, si se dejan de evocar, se van" 
Isa Calderón "It"


jueves, 21 de septiembre de 2017

78. Hoy, después de la clase de psicología...

Hoy, después de la clase de Psicología, mientras recogía mi tenderete, he aprovechado para charlar un poco con la profesora.
Resulta que el miércoles que viene hay examen y yo no tengo que hacerlo, así que ha dado permiso a lxs alumnxs para tener libre el viernes y cambiar la presentación de los resultados de nuestra investigación (5 mujeres solteras y 5 hombres solteros VS. 5 mujeres con pareja y 5 hombres con pareja, en qué se fijan para tener una pareja los solteros y en qué se fijaron los que tienen pareja) para el lunes.
Le he confesado, aunque no es nada nuevo, que su clase es actualmente mi clase favorita. Me siento bien cada vez que sé que me levanto para ir a escuchar sus teorías. Me siento integrada, cuenta con mi opinión... Le he dicho que es la primera vez que me siento mal sabiendo que no voy a tener clase el viernes y que el miércoles, como yo no tengo que hacer el examen, también.
Le he dicho que, después de su clase, tenía que ir a Política y Gobierno de los EEUU "a pasar un mal rato".
Un mal rato porque me siento idiota en esa clase. A veces no entiendo a la profesora, lxs alumnxs o lo que dicen. Cuando tengo algo que decir por no compartir la opinión de la profesora, me siento infravalorada, como si mi opinión, por ser europea, no importase.
Mi profe de Psicología, que es puro amor, me daba posibles razones para explicar mis sentimientos o las reacciones de la profesora que no entiendo respecto a mis argumentaciones.
En un momento de la conversación he sentido que iba a comenzar a llorar. Me he contenido. Creo que la profesora no se ha dado cuenta.
Cuando he acabado de hablar con ella, al despedirme, he sentido que no quería que la conversación terminase. Estaba interesada en saber de dónde vengo y en cómo funcionan las relaciones en la cultura en la que yo me he criado.
Cuando me he sentado en la clase de Política y Gobierno de los EEUU, repasando en mi cabeza la conversación con la profesora de Psicología, he tenido que realizar un gran esfuerzo por no llorar, de nuevo.
He pensado entonces que igual tengo que soltar un poco este mar salado que se me está inundando en los ojos.
He llamado a Criss, porque ella no sólo es psicóloga de profesión y de devoción, es también mi mejor amiga.
Me ha dicho que seguramente la profesora sí se ha dado cuenta de que iba a llorar. Sobre todo a mí. Porque Criss tiene un llorómetro ligado a mis mares que sabe medir perfectamente cuánto me falta para disparar y desatar el tsunami. Porque la profe es psicóloga especializada en comportamiento y relaciones humanas y porque yo no puedo evitar ponerme roja, que me cambie la voz y me brillen los ojos.
Hablando con Criss he reconocido en voz alta todo lo que echo de menos y las ganas que tengo de viajar a mi casa. No porque no sea feliz, sino porque necesito un chute de energía. Un chute de mi gente, de mi sangre.
Echo de menos pasear, echo de menos hablar en castellano.
Echo de menos llegar a casa y que me reciban Cuki y Frida. Echo de menos que duerman conmigo y que me miren como si me entendieran cuando les hablo.
Tener más tiempo, teneros a todxs más cerca. Salir a echar unas mahous por Herradores y seguir el ciclo de eventos culturales que plagan Soria de septiembre a julio. Los Brugal cola a 5€ y las cosas que no llevan 10kg de azúcar.
Llevar el control de mis propios horarios y no tener cada hora del día cuadriculada en una hoja de papel con diferentes colores que me dice dónde tengo que estar y a qué hora en cada momento.
Por eso me gusta mi jardín. Las horas pasan, siento la tierra.
Echo de menos una discusión en casa, un abrazo de reconciliación y una cena con mi hermana y el Saturday Night en Palencia.
Echo de menos relacionarme con personas sin que estas asuman que esa noche han conseguido ligar, sea cierto o no.
El final de septiembre, aunque sea a 29ºC, no es un renuncio. No me he rendido. Sigo llevando a esa aventurera dentro.
Pero, a los que estáis lejos y pensáis que no os echo de menos estáis locos si creéis, por un sólo momento, que no tengo cada día un hueco en el que no os dedique un sólo pensamiento.
Más amor, por favor.

viernes, 11 de agosto de 2017

Y volver, volver, volver...

Aún recuerdo, como si fuese ayer, la primera vez que dejé Soria.
Fue en 2011. Empezaba mi aventura Erasmus. Sólo llevaba dos años allí, pero habían sido suficientes para enamorarme hasta las trancas de mi ciudad adoptiva.
Recuerdo VillaCuki II, en la terraza de casa. Abrazada a Ana y llorando como una magdalena.
Ana no tenía buen sabor de boca de Soria cuando empezó a formar parte de la familia villacukiana, pero Dani y yo éramos tan felices que le enseñamos a apreciar que la ciudad no lo era todo y que simplemente le hacía falta gente como nosotros, enamoradxs de Soria, porque otras personas no habían sido capaces de hacerle ver la magia que puede llegar a tener.
Ana me preguntaba que por qué lloraba. Que iba a vivir la mejor experiencia de mi vida. Yo le respondí que el problema no era lo que me deparasen esos nueve meses, sino que tendría que volver. Y que ellos, mi familia, ya no estarían. No estarían las fiestas hasta las mil en el salón de casa. No estarían Tony, ni Giorgia, ni ella, ni Dani. No estaría el tener siempre invitados, ni la comida de la mamá de Ana, ni Dani pequeño para llevarme tigres a la hora de comer pero como si fuera el desayuno porque yo aún no me había levantado de la cama. No estaría Dani para darme tabaco e invitarme a copas porque yo no tenía nunca pasta, pero él me decía que yo lo compensaba dándole de comer porque eso era algo que yo siempre tenía: la despensa llena.
Éramos como una familia pobre en la que en realidad no faltaba de nada.
Ya no me levantaría en esa cama, con ese ventanal de frente viendo nevar mientras decidía si iba a ir o no al jueves lardero.
No estaría el aparecer Alvarito e irnos todos de excursión improvisada a las pozas de Arnedillo.
Que Ana decidiese un martes que era un buen momento para ir al "Champi" y almorzar todos juntos... O que saliese cada hora de su habitación diciendo que tenía hambre y todo cristo se pusiese a cocinar (así me puse ese año de ceporra).
No estaría Tony, entrando por la puerta de casa diciendo: "Hoooolaaa..." con ese acento pugliese que me tenía enamorada, ni las películas con Dani hasta las mil en el sofá que más que miedo, nos daban risa "Chi, chi, chi, chiiiiiri timeeee". El conocer con Ana a cualquier persona por la calle, fuese con las tunas o no, y acabar haciendo amigos hasta en el infierno. Lo sigo haciendo en nombre del recuerdo.
Los intentos, inagotables, dulces y llenos de amor, de Ana y Dani por ayudarme a superar mis miedos.
Porque ese año me di cuenta de que Soria iba a ser siempre el lugar donde dejaría mi alma. Donde se sucederían las lágrimas y las despedidas. Porque todos veníamos de fuera y, en principio, no habíamos venido para quedarnos. Y yo escogí el camino difícil. Porque escogí a lxs mejores amigxs, pero en esa elección estaban siempre los que llegaban para irse: los Erasmus, los auxiliares, los que venían de otras ciudades.
Y me fui a Grecia. Y me fui sola, sin saber el idioma, sin conocer a nadie, lejos de la gente de mi clase, porque no quería ver a nadie y porque quería probarme a mí misma si sería capaz de sobrevivir. E hice hogar. Porque no soy capaz de adaptarme si no hago hogar. Y después de nueve meses volví a Soria. Y lloré. Y lloré por el amor. Porque me enamoré perdidamente del sitio, de mi gente, de Kevin y Amador, de Betsy, de Billy, Nina, Kelly, Pavlos, Mixalis, Luca, Lucie, de las fiestas en Bora o del bar a pie de playa. De los chupitos por ser españolxs y del Barça, del tsipourdádiko, de sus gentes y de él. De él que me dejó con el corazón hecho jirones aunque, sin quererlo, me devolvió una parte de mí. Me quitó un trocito del miedo que me aterraba y me paralizaba.
Y al volver no pude escoger mejor hogar, de nuevo. Porque Fabri y Ross venían de la mano de Giorgia y vivir juntos fue como reencontrarse con alguien que, sin ser consciente, ya conocías. Y me separé por completo de la gente de mi clase porque tenía la opción de sentirme fuera de lugar con ellos o completa y amada por parte de los extranjeros. Y al final me encariñé tanto que febrero llegó demasiado pronto. Y ese autobús de las 3 am se ha llevado ya a demasiada gente que me importa. Y llegó Gianluca. Y Luis empezó a formar parte de mi vida de manera más constante. Y Luca. Y me sentía una reina. Rodeada de mis chicos favoritos, protegida por ellos y protectora de ellos. Sin la cabeza hecha un lío (o al menos no tanto), con el corazón entero y lleno y vibrante.
Y entre idas y venidas, malos recuerdos y espacios en blanco que más bien he querido fundir a negro, llegó Ambre. Llegó un alma gemela. Y con ella y con Gianluca me di cuenta de que todas esas lágrimas, aunque necesarias en su momento, me habían dejado huella. Y debía entender lo que entendí con ellos: que nadie se iba para no volver. Que los reencuentros eran posibles. Que el hogar que habíamos creado juntos en VillaCuki no acababa cuando se iban, sino que se iba con ellos y se quedaba conmigo y que siempre podríamos volver a casa, sólo que ahora estaba repartida por otros lugares del mundo. Y me licencié, y canté junto a ella, mi hermana de voz y no podía ser más feliz.
Entonces llegó Noemi, y llegaron Juaco y Nelson, y volvió Gianluca y volvió mi Luis, después de librar sus propias batallas. Y me licencié de nuevo porque me negaba a dejar Soria aunque hubiesen pasado seis años. Porque Soria era mi libertad. Y yo estaba rodeada de felicidad.
Y un año más volví. Y con ese año vinieron Clarisse, Felipe, Toño (de nuevo), Matt, Charlie, Anne Laure, Jessica... Y llegaron especialmente Marti y Laura para recordarme quién era. Para levantarme de una zancadilla que más bien fue un favor. Porque nadie sabe ni sabrá nunca lo feliz que me hicísteis. Y eso fue un antes y un después en todo.
Y os íbais yendo a cuentagotas y Anne Laure se negaba a dejarme y yo me negaba a que me dejara y alargábamos como dos enamoradas nuestro tiempo juntas "What a wonderful matrimonio lésbico we are".
Y Marti me propuso echar una beca, así a tontas y a locas, un mayo antes o después de Catapán. Y a tontas y a locas la eché, sin nada que perder, con un buen presentimiento. Y desde ese mayo fueron pasando los meses y yo fui pasando fases y la beca empezó a convertirse en algo real.

Y llegan Audrey, Stephane, Vicky, Agathe, Diego, Hasan, Maria y Bailas con Paula, Anne y Audrey "je l'aime a mourir" y la mujer de verde y Antwoord hasta las mil en los bares en los que hemos hecho familia de otra madre y otro padre. Y lloras aunque prometiste no volver a hacerlo.

Y vuelves a casa y tus padres te dan todo el amor que pueden. Y ves a tu abuela cumplir 99 años. Y tu hermana consigue darte una sorpresa por primera vez en tu vida y reúne todos esos pedacitos que amas de Palencia y de Soria y del mundo y te hacen un vídeo que me saca lagrimones porque al final resulta que sí existen las cosas bonitas.
Y esa es la magia de la vida.
Y aunque vivimos en puntos diferentes de la geografía española consigo ver a Tito, a Miri, a Urre, a David, a Criss, a Ivi, a Edu, a Cristonga y a los que no están a través de ese maravilloso vídeo o de una llamada telefónica.

Y, aunque los inviernos siempre son duros en Soria, cuando viene el buen tiempo vuelvo a recordar porqué me quedé en su momento. 
Porque yo cuando me voy de un sitio siempre prometo volver pero nunca lo he hecho. Y al único lugar al que siempre he vuelto ha sido Soria, y en Palencia también está mi hogar.

Y aunque la beca da mucho miedo he empezado a superar la ansiedad del cambio. He empezado a recordar por qué escogí Grecia en su día. Porque quería ir sola y probarme a mí misma que podría sobrevivir. He empezado a verme como a una afortunada. A recordar que no importa lo que pase allí, porque siempre salgo al paso de las dificultades. He tomado la decisión de recordar la ilusión y el buen presentimiento que sentí cuando ​rellené el papeleo aquel mayo de 2016.

Así que no os mováis mucho porque pienso volver más sabia, más fuerte y con más cicatrices de esas que se crean cuando termina una etapa y tienes que volver a recorrer un nuevo camino. Y recordad que siempre, SIEMPRE os llevo conmigo de la mano. 

https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10155492673807422&id=512952421



lunes, 31 de julio de 2017

Noventa y nueve

Ya no se acuerda de la edad que tiene. Hoy cree que tiene setenta y nueve años. En realidad son veinte más.
Nació el 31 de julio de 1918, en el Corral de Paredes, Calle Rizarzuela, en Palencia.
Hija de Isabel Balbás, bordadora, y Gregorio Hernández, jefe de la policía municipal, al que conocían como el chulo de la viruta.
La menor de tres hermanos sin contar el último nacido que murió muy joven y se llevó a su madre con él.
Sus hermanos, Gregorio y Joaquín, al cual me parezco sobremanera, la querían a morir. Su padre, también.
Tanto es así, que a los 18 años antepusieron su vida a la de ellos y pidieron un favor a la Guardia Civil: sacar a la pequeña del casino cuando los fascistas los retuvieron para llevarlos a la cárcel el 19 de julio del 1936, de dónde saldrían un mes después para ser asesinados en los instantes previos a Guerra Civil vil, cruenta e injustificada.
Tuvo trece hijxs. Ocho vivxs. Cuatro no llegaron a nacer. Una no llegó a sobrevivir al año.
Su hija pequeña es mi madre.
Tiene veintitrés nietxs, de lxs cuales mi hermana es la número dieciocho​ y yo la número veintidós.
Recuento de biznietos, veintiuno. Diecinueve nacidxs y dos en camino.
Ha vivido una guerra, dos dictadura, una falsa transición.
Ha llorado ante la muerte de un dictador por miedo más que por convicción y ha visto morir a más seres queridos​ que nadie que yo conozca.
Ha vivido catorce años socialistas en los que ella era la más orgullosa de todxs.
Me enseñó a conocer mi historia familiar desde que tengo uso de razón. Me enseñó lo que significa levantar el puño en alto y a cantar la Internacional cada primero de mayo.
Me cambió los pañales, me dio de comer, me dio todo el amor que se puede pedir de una abuela.
Verla, si cierro los ojos y rememoro los recuerdos de infancia, era como si sonase música y se iluminase la estancia.
Me ha limpiado la sangre de las mil y una caídas que tenía de pequeña, porque yo, si me caía, lo hacía a lo grande.
Le he dado disgustos, a ella y a mi madre, y ninguna ha dejado de quererme.
Me han enseñado, sin saberlo, lo que es el matriarcado. Y, mi padre, lo que es el feminismo y la República.
Nos hemos enfadado, nos hemos reído juntas, hemos llorado y nos hemos querido cómo si fuese el último día en la tierra.
Hoy en día me reconoce muy de vez en cuando. Me confunde con mis primas, con mis tías y, a veces, con mi madre.
No puedo culparla. Demasiados recuerdos tiene como para ser capaz de seguir clasificándolos todos.
Tuvo dos perros. Un pastor alemán y un perro lobo. Lerroux y Azaña. Sus nombres ya dicen mucho de lo que es ella.
Han escrito un libro sobre las víctimas de la guerra en Palencia con la ayuda de su testimonio y la de otros supervivientes.

Un día nos hicimos una promesa: no se puede morir antes de que yo me eche novio. Igual por eso sigo soltera. Igual por eso ella sigue resistiendo.

Puede que sus recuerdos sobre mí, sobre su vida, sobre quién es estén borrosos y se entremezclen en su cabeza de tal manera que ya no sabe darles explicación o coherencia. Pero nosotras sí lo hacemos. Nosotras sí conocemos su historia. Y, aunque ella no lo sepa o no sea consciente, tiene todo nuestro amor. Y su memoria también es la nuestra.
Hoy mi abuela cumple noventa y nueve años.
Y yo sólo deseo que, cuando vuelva de EEUU, pueda escribir que ha llegado a los cien.

miércoles, 12 de julio de 2017

Memoria llena

En realidad era más fácil amar un recuerdo.
Algo idealizado, lejano.
Imperfectamente perfecto.
Algo que no tenía por qué volver a atormentarme.
Algo impalpable, invisible.
Debí dejar la memoria llena,
El disco duro de mi cerebro ocupado de él,
De Grecia. Del paraíso.
Porque hacerlo me quitaba sueño,
Y tiempo.
Y ganas.
De haberlo hecho,
No habría tenido tiempo para ti,
Para tus mentiras,
Para tus olvidos,
Para tus borracheras,
Para tus amarme a medias.
No habría tenido tiempo de hablar de ti,
Con rabia,
Con ira,
Con celos.
No sentiría humillación,
Ni vergüenza,
Ni cariño, ni rabia, ni ira, ni celos.
Seguiría siendo yo. Rota, pero menos.

Me queda un último cartucho,
Un vuelo.
Pronto tú también pasarás a ser un recuerdo.
Pero esta vez,
Prometo eliminar mucho antes
Tus sobras, tus restos.

Memoria llena. ¿Eliminar elementos?
Sí.
Y después, como tú, el silencio.

lunes, 26 de junio de 2017

Sentimientos

Pues claro que tengo sentimientos.
Por supuesto que los tengo. Yo no hago el amor con alguien por quien no sienta algo. Y si esto era sólo sexo, por qué te quedabas a dormir. Por qué decías que te quedarías hablando en la cama conmigo todo el día. Por qué decías que al día siguiente me ibas a hacer el amor en el almacén. Por qué decías que te gustaba verme sonreír. Por qué sonreían tus ojos al mirarme. Por qué querías quedarte dormido abrazado a mí o poniendo tu mano en mi cadera cuando te dabas la vuelta. Por qué eres tan cobarde o tan mentiroso.
Qué te he hecho para que me mientas a la cara. Cuándo te he mentido yo a ti. Por qué sigo recomponiendo pedacitos de hombres que no están dispuestos a recomponerme a mí.
El alcohol y las drogas son un movimiento circular nocivo que se muerde la cola.
Por qué estabas tan agusto conmigo y yo contigo y aún así lo haces tan difícil. Por qué no hay más hedonismo, menos miedo a sentir, menos miedo a vivir.
Las lágrimas curan las heridas del alma. Y curan cuando te sientes utilizada.
Por qué me tienes aprecio y crees que me respetas cuando no lo haces. Y sigues pensando que eso es respeto. Respeto a qué.
Algún día aprenderás a diferenciar buenas personas de malas personas.  Buenas personas, aunque suene pedante, soy yo. Que me preocupo porque estés bien y llegues bien a casa cuando te veo perjudicado. Mala persona eres tú, cuando, aún siendo buena, te suda la polla si llego a casa en un mar de lágrimas o no, borracha como una cuba o no, porque en realidad me has utilizado del mismo modo que te utilizaron a ti.
Malo tú, por darle poder a la gente que te hizo daño siendo tan dañino con la gente que te quiere como la gente que quisiste contigo.
Por qué ahora y no nunca.
Por qué me gustas ahora en vez de seguir no gustándome nunca, como cuando te conocí.
Por qué me evocas canciones que no te mereces y que te susurro en la cama mientras sonríes y me besas.
Estoy segura de que conoces esa sensación de tener un imán positivo anclado en el pecho que se siente atraído por todos los imanes negativos que envuelven tu piel.
Y no ser capaz de saludarte porque me bloqueo pero saber pedir perdón cuando sé que he sido inmadura... Y mientras tú me dejas pasar, escoges perderme... Y yo me muero por dentro cada vez que te recuerdo queriéndome. Y no entiendo nada. No entiendo si ese eras verdaderamente tú o si solo me estabas mintiendo para meterla en caliente esas noches.
Después de la primera vez me pregunté si siempre iba a pasarme esto. Si siempre me encontraría hombres​ que no querrían repetir. Si había algo malo en mí.
Y luego pensé que no, que habías decidido tirarte a la piscina, vencer tus miedos, ser el que yo merezco, hundirnos juntos hasta que quedarnos sin aliento, sin pensar en otro día que no fuese hoy...
Pero siempre que has salido por la puerta he visto tu mirada. Esa mirada que gritaba arrepentimiento, aunque luego me dijeras siempre que nunca te has arrepentido.
Y yo sigo manteniendo un rayito de esperanza. Porque me gustan tus abrazos, qué cosa más boba y a la vez tan sentida. Me gustan tus manos, me gusta tu boca, me gustan tus ojos... Y a mi lengua le gusta tu lengua. Le gusta explorar tus rincones.
Y a mi cuerpo le gusta tu cuerpo. Más aún, le gusta la forma en que tú y tu cuerpo le hacéis sentir. La forma en que tú encajas en mí. La forma en que mi cuerpo está preparado sin descanso para tu roce. Y lo peor es que lo sabes y te gusta, pero no te atreves a decirlo fuera de estas cuatro paredes. Fuera de tus muros y redes de seguridad.
Es una pena que vivas a expensas del qué dirán o del cuánto dolerá. Porque para mí eso no es vivir. Y prefiero regodearme en el dolor y saber que he vivido a arrepentirme de haber dejado cosas a la mitad o sin hacer por la cobardía, el miedo y el pasado.
Carpe Diem te dije una vez. Y no en plan libertinaje, sino de la manera más romántica y empática que existe. Desde las palabras que se dicen a corazón abierto sabiendo que te expones delante del otro. Porque total, mañana podríamos estar muertos y, a lo mejor de una sola noche juntos, conseguí que al menos, por unas horas, los dos fuésemos las personas más felices, queridas y satisfechas sobre la faz de la tierra.
Correspondencia, exaltación, amor, consumación y empatía.
Negación, ira o indiferencia, negociación, dolor y aceptación.
Y me muero de pena cada vez que te veo y no puedo tocarte.
Y me hierve la sangre cuando no me miras y se me eriza el vello de la nuca cuando sí lo haces. Y te quiero sonreír y tú ahora casi ni me ves.
Y siento que ya está, que esto ha sido todo. Que cuando lo dijiste, lo dijiste de verdad. Que ahora tengo que acostumbrarme a tus ausencias y a tus desplantes. Que me he dejado tantas cosas que quería probar contigo, que quería sentir, aprender y vivir... Pero sigo teniendo dentro de mí esa cabeza loca que ve los muros de piedra como si fuesen cortinas de agua. Sigo estando dispuesta a darme de bruces contra ellos hasta abrirme la cabeza.
Me recuerdas a él. Que me decía que yo estaba empeñada en tirar los muros a golpes mientras él se paraba delante a hacerse preguntas retóricas: ¿De qué está hecho el muro? ¿Puedo saltarlo? ¿Puedo rodearlo? ¿Qué habrá detrás? ¿Realmente quiero atravesarlo?
Me queda la única esperanza de irme. De irme para dejarte atrás y volver a empezar. De alejarme para no ver tu sonrisa, ni tus ojos, ni tus manos. Ni ese cuerpecillo tan salado que no puedo dejar de recorrer y descubrir con mi mirada, porque mi piel ya no tiene acceso directo.
Y me iré con ganas de volver. Y me iré con lágrimas en los ojos. Y pensar que se acerca ese día y que no puedo aprovechar ese tiempo a tu lado me parece lo más absurdo que podría haber ocurrido.
Porque ahora mismo podría haber una fila interminable de hombres delante de mí y el único al que me llevaría conmigo a casa, a la cama y al fin del mundo, eres tú.



lunes, 29 de mayo de 2017

Limerencia

Creo que ya he hablado alguna vez de lo despreocupada que suelo ser en todo. 
Sin medida. En la forma de hablar, en mis acciones. Guiándome solo por lo que siento.
Pero llega un momento en el que pierdo el control. Y aunque no me gusta controlar las cosas, sí me gusta tener control sobre lo que me afecta de manera personal. Porque sin ese control me siento indefensa.

Mucha gente me pregunta por qué no me gustan las drogas. Esa es precisamente la respuesta. 
Más allá de haber únicamente probado la maría y el hachís, el estado de desconexión en el que me dejan, el aislamiento, la incapacidad de controlar mis músculos motores, la ansiedad que me produce la pesadez de ojos y mandíbula son motivos más que suficientes para mí para decidir que no necesito sustancias adicionales para relacionarme con el mundo. 

La sensación que me ha dejado este fin de semana se parece bastante a ese estado de vivir en una burbuja y no entender nada. De no comprender si quiera de dónde vienen mis palabras o mis infantiles acciones. 
Me recuerda que a veces estoy mejor cuando construyo ese muro a mi alrededor que me ha dado tantas alegrías y me ha protegido tantas veces del exterior. Porque sí, yo también tengo mi muro. 
Acolchado por dentro, como en una casa de locos. Para que por dentro pueda gritar, saltar y golpearme sin hacerme daño mientras por fuera me mantengo feliz, tranquila y en un estado de superioridad mental en el que no me afectan las relaciones interpersonales más allá del estado de relajación en el que me preocupo lo necesario por otros y lo máximo por mí misma.

He dejado caer el muro al estilo GoT, en una batalla épica y perdida de manera muy absurda.
Sin quererlo. Sólo por una mirada y unas palabras amables. 

Y no, no quiero nada. No estoy enamorada. Sólo quería hacerme feliz y, quizás, hacerle feliz durante un tiempo determinado. 
Pero mi muro ha caído y a su alrededor sólo veo cada vez más fortificaciones. Un estado de alteración mental. Que sube y baja. Que a veces es la paz y a veces es la guerra sin saber cómo ha venido.
Tan pronto una respuesta amable como una bordería. Y eso hace que yo sea más desagradable y pierda mi magia. 
Como si el ser una mujer inteligente y buena se volviese en el blanco perfecto para un gancho de izquierdas. Y entonces saco las uñas sin medir la virulencia del ataque. 
Y vienen los perdones que yo acepto, que me ablandan como la mantequilla al calor de un rayito de sol... Pero cuando los pido yo me encuentro con el silencio. Con un invierno que ha llegado a 30ºC fuera de casa. 
Porque a veces te llevas las bofetadas verbales sin haberlas visto venir. Y cuando se te escapan a ti parece que has desencadenado una tormenta eléctrica.

Y sé que no me convienes. Que lo que tú eres no es lo que yo quiero en mi vida. Que es una decisión personal mía porque cada uno tenemos nuestra historia. Y en la mía no caben ninguna de las partes malas que veo en ti y que saltan sin razón a veces en un ataque de bipolaridad.
Porque cuando te gusta alguien, tienes cuidado de las respuestas. Y ver a esa persona cuando estás en un momento de estrés y tensión debería alegrarte, sacarte una sonrisa amable y devolverte a un estado relajado. Y a ti no te pasa eso. No lo parece.

Ojalá me hubiese dado cuenta antes, mucho antes, en otro tiempo y espacio, que tú estabas tan cerca.

Y aún así, muerdo el agua por ti...

...Y me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.




jueves, 18 de mayo de 2017

T A R A S

Taras... Todxs tenemos una... Muchxs tenemos varias.

Una conversación me trajo el recuerdo de este corto de Roberto Pérez Toledo que habla sobre las taras.

Todxs hemos sufrido por alguna relación, sentimental o de amistad. Todxs tenemos taras.


En mi caso personal, mis taras no están tan relacionadas con las malas experiencias que me hayan hecho cambiar, aunque sí que me han enseñado muchas cosas.
No quiere decir que no me hayan hecho daño, pero sí que he decidido que eso no debería herir a quien venga después.


Una de ellas, por ejemplo, es que no atiendo a la paciencia o las indirectas. Me gustan las cosas claras, directas. No me gusta esconderme y me gusta que me expliquen las cosas o que se concrete cuando se me dice algo. Sobre todo si es algo que atañe a mis sentimientos.

Del mismo modo, y aunque parezca contradictorio, me gusta cagarla a lo grande. Sin pensar.

Y, si pienso, a veces me falla el no fiarme de mi primer instinto. De decir no, cuando quiero decir sí, y viceversa.


Soy una persona hecha para el diálogo, para la comunicación... Pero la tara viene cuando me bloqueo, cuando no entiendo, cuando no se me mira a los ojos y se me explica sin tapujos lo que el otro quiere. En ese caso, me vuelvo retraída, huyo la mirada, no sé desenvolverme. Me bloqueo, me cierro... Acabo pareciendo una niña enfadada con cara de pera que piensa cruzar los brazos y dejar de respirar hasta que consiga lo que quiere. Y esto sería entender lo que piensa la otra persona.


Soy una persona muy empática. Demasiado a veces... Y esta tara viene de la mano del enfado.

Porque cuando estoy en el momento "cara de pera" no es que no empatice, es que empatizo demasiado TARDE.
¿Por qué? Porque de la mano del no pensar viene el cagarla a lo grande.
Y del cagarla a lo grande viene el no tomarme dos segundos más para ponerme en el lugar del otro.



¿Y si hubiese sido yo? Me habría destrozado.
¿Por qué no lo pensé antes? Porque tenía más miedo que vergüenza.
¿Y por qué tengo que dar todos los pasos sola? Porque yo solita me he metido en este embrollo y nunca entenderé las cosas a medias.



Puede que eso sea tanto el problema como la solución: las diferencias.


¿Pueden dos taras complementarse? Sí, si me dejas.

Eso pienso. Pero lo pienso con mi complejo de Juana de Arco por abanderado.


Complejo por salvar al mundo, por no desperdiciar el tiempo, por hacernos felices durante unos instantes, sin compromisos mientras sigamos respirando.



Porque mi tara viene de ser tan yo y tan directa que cuando no puedo usar mi tara en mi favor, cuando veo un muro delante de mí, me congelo.

Te esquivo aunque no te esquivo.

Parezco indiferente cuando realmente me importa más de lo que quiero que me importe.



Y el orgullo, ESA otra tara. Si me siento rechazada me cuesta volver. Y si vuelvo, vuelvo huraña. Hasta que veo tu indiferencia y me muero por dentro.

Soy segura de mí misma hasta que me haces dudar.

En ese momento en el que no sé qué es lo que TÚ quieres, dejo de saber qué quiero o qué debo hacer.
Y paso de la luz a la oscuridad. Y saco lo peor de mí.

Porque la inseguridad me hace frágil y pequeña.

Me hace perder la magia, el control de la situación que dibuja los límites entre lo que me hace subir o bajar.
Y te hago daño, sin querer.
Y haciéndote daño, me hago daño a mí.

Y esa, por suerte o por desgracia, es mi peor tara.

«En una cama, sin máscaras, somos salvajemente iguales.»

Y entonces desearía volver al principio. A ese momento en el que éramos capaces de darnos un abrazo inmenso, largo y sentido.
Tú sin miedo a que alguien especule sobre tu vida.
Yo sin miedo a que te sientas incómodo por el qué dirán.



lunes, 15 de mayo de 2017

Cuando las mariposas en el estómago se convierten en polillas

Que sí, que estas mariposas se han vuelto nocturnas y están mordisqueando mis entrañas.
A ver cómo te lo explico...
Piensa en cuando te gusta alguien y, por lo poco que sabes de hablar con esa persona, a ella también se podría decir que le gustas tú. Y al principio intentas ir despacio por ver si se repite la ocasión.
Pero al final das muchos pasitos y, con la excusa de la timidez, te sientes completamente ridícula porque esa persona no da ninguno. Y por muchas vergüenzas y muchas timideces, las miradas a veces se nos quedan cortas. Y las ganas de empotrarte contra un muro, comerte la boca y llevarte a la cama me dan escalofríos.
Entonces llega alguien que sólo te ve a ti, pero en esa misma estancia está alguien al que sólo ves tú y que, furtivamente, parece que te sigue con la mirada por si acaso tu lengua acaba enredada en la lengua de otro que no sea él. Y al final, las lenguas se enredan tras la pregunta: «¿Te parecería raro si te beso?». Y yo respondo, tras un breve silencio en el que no sé dónde meterme y quiero que la tierra me trague porque sé que lo siguiente que diga va a ser la única mano que pueda jugar esa noche: «No». Y cierro los ojos y pienso: «¿Y si imagino que es el que me está mirando desde el otro lado de la barra quién me besa?». Cruel tres veces: por el uno, por el otro y, sobre todo, por mí misma. Entonces me doy cuenta de que, si a mí me duele besarme con uno pensando en el otro, igual a ese otro también le duele verme besarme con ese uno que no es él. Pero entonces yo me pregunto por qué el otro no hace nada por besarme ni por responderme a los mensajes.
¿Son cosas mías, son cosas de su timidez o simplemente son excusas baratas que me he creído a pies juntillas?

Y como no sé a quién le duele más, si al que me mira desde la barra o a mi corazón que palpita rápido sabiendo que la he cagado de manera brutal, aunque sólo sea por empatía y por ser íntegra con mis principios, decido concederle al uno la última copa en otro bar, lejos del otro (aunque mi estómago duela más de manera inversa y directamente proporcional a la distancia a la que me encuentro del otro, vamos, que duele que jode haga lo que haga). Y me alejo del otro por no hacerme más daño y evitarle el daño a él, que ya está hecho, pero que tampoco sé si le duele.
Y con mi par de ovarios me despido de todo cristo.

Ahora entra en juego el factor "radio patio". Porque claro, a dónde se va a ir una chica que se acaba de besar con un chico si no hay otrxs amigxs presentes que se vayan a ir con ellxs...
Salta la alarma. El amigo gracioso en común que medio grita que va a haber sexo y tú, que no sabes ni por dónde te están llegando ni las hostias ni el viento, te callas porque en ese momento parece guay, inteligente y menos humillante que piensen que va a ocurrir algo que sabes que no va a ocurrir.

Te vas al otro bar. Te sientes incómoda, sola y con una copa en la mano que se te hace bola.
Sin amigos, sin ver al otro, que ni te ha hecho caso en toda la puta noche ni tú te has dignado a saludar porque te sientes tan desorientada que no sabes si es mejor el desprecio, el aprecio o el comodín del público y con unas ganas tremendas de salir corriendo y decirle al oído que con quien quieres pasar la noche (más bien día), es con él.

Vuelve a aparecer el amigo gracioso. Te dice que debes disfrutar, que no puedes basar tus acciones en el otro y menos si te besas con "unos" delante de su cara (y tú sigues pensando que es la puta verdad pero que el otro tampoco manda señales que indiquen que al menos respira) y te vas del bar.
Otra vez te encuentras al amigo gracioso, que había desaparecido momentáneamente, y vuelve a dar por hecho que te vas a la cama con el chico que sólo te ve a ti (y que te pareció una idea cojonuda al principio de la noche pero tu conciencia te está gritando que no eres justa ni con él ni contigo).

Y, cuando no hay moros en la costa ni testigos que ratifiquen tu versión, le dices al uno que te vas a casa sola. El uno te pregunta si estás segura y tú, obviamente, respondes que sí.
Pero sólo sí, porque si me pide la verdad tendré que decirle que es un chico estupendo pero que yo soy gilipollas y bebo los vientos por alguien que es o demasiado tímido, o demasiado estúpido o demasiado cabrón como para no tener cojones de enfrentarme y hacerme el cocodrilo.
Porque si le digo la verdad, tendré que contarle que no podría irme con él ni ninguno a ningún sitio porque ahora mismo estoy tan bloqueada que sólo quiero irme a mi puta casa con el otro. O a su casa. Que lo único que quiero es sudar la camiseta, dar vueltas entre sus sábanas o las mías, ducharme y volver a empezar.
Que ni es amor, ni es amistad, pero que mi cuerpo sólo responde a sus movimientos ahora mismo y ni yo entiendo el por qué.
Que aunque al uno le parezca que beso de puta madre, a mí los besos ahora sólo me salen perfectos si pienso en la única vez que mi lengua ha tocado la del otro.
Y que no puedo explicar a santo de qué me ha dado esta maldita cosa a estas alturas de mi vida si le conozco de hace años y jamás le había visto con estos ojos.
T O N T A
Y entonces me voy a mi cama. Sola (no tan sola. Frida, mi gata, me acompaña de vez en cuando) y duermo inquieta y me despierto más temprano de lo esperado.
Y empiezo mi día, aunque tenga que arrastrarme para salir de la cama. Y me voy a ver a mi hermano y los problemas son menos problemas porque paso una tarde hablando con él como hacía mucho que no hablábamos. Y esa manera de "sentirme en casa" me tranquiliza y me aplaca y me consuela.

Y decido subir al bar que cualquier día van a empezar a comparar con el plató del GH o Sálvame.
Y subo porque mi hermano me anima a subir a ver a un amigo.
Y yo subo porque necesito aire y soledad.
Y asumo que habrá soledad porque yo no veo el fútbol e ignoro que hay una puñetera liga este mes.
Y además doy por hecho que el otro no va a asomar por el bar porque bastantes horas echa allí currando como para echar otras más.
Y de tanto asumir, no pensar, pensar demasiado... se produce la "maravillosa" ley de Murphy: si quieres ver a alguien, no aparecerá. Si no quieres ver a alguien, te vas a dar de morros con esa persona.

Le veo. Justo en el sitio en el que me iba a situar yo. Me entran los calores, me tiemblan las piernas, se me congelan las manos y me vienen unas náuseas tan tremendas que sólo se me ocurre saludar, liarme un cigarro y salir volando cuando me dan mi GingerAle. Fumar, qué gran idea con náuseas.
Sale más o menos detrás de mí, pero no va solo. No habrá conversación. Entra antes que yo. Voy al baño a reprimir una arcada (tantos días de fiesta me han irritado la garganta, esa es la parte física de la arcada. La psicológica es el sentirme como una mierda).

No hablamos. Le veo en el reflejo de una cartelera vacía. A veces nos rozamos sin querer los brazos. Sólo ese roce me pone a mil.
Mis manos siguen frías. Me las coge.
Es como entrar en el infierno tras atravesar Siberia en invierno.
Por qué me pareces guapo e inteligente, maldita sea. Qué tienes. Quién eres. De qué estás hecho.

Cruzamos alguna palabra. Alguna mirada... Pero sus ojos... No sé si no me miran o no me ven. Creo que huye mi mirada, como yo he estado huyendo la suya estos últimos días debido a su inexistente intento de proseguir en persona una conversación de WhatsApp de un lunes que parecía domingo porque el domingo había sido como un sábado al cuadrado.
Se va, se despide pero me quedo con ganas de darle un abrazo y dos besos. Como los abrazos que nos dábamos antes de ese fatídico beso del que no me arrepiento.

Y ahí me quedo, pegada a la silla. Imaginando que me vuelvo marrón y de madera para poder pasar inadvertida con la barra del bar.
Mimetizarme y llorar la tensión o chasquear los dedos y aparecer en casa.

Me lío un cigarro, me recompongo, me pongo la cazadora, me despido con una media sonrisa porque no me da para más y me voy.

Necesito unas vacaciones. Coger distancia. Volver a Palencia y recuperar mi yo.
O igual no aparecer por esa zona en dos semanas. No ver a nadie de este mi particular Sálvame soriano.
Castigada sin futbolín.

Y así es como las mariposas se convierten en esas polillas que se comen tu ropa.
En este caso mi estómago.



martes, 14 de marzo de 2017

Recurrente

A veces me pregunto cómo sería yo si no te hubiese conocido.
La playa, las azoteas, los recuerdos, las lluvias de estrellas, las risas, las lágrimas (muchas)...
Los besos, huidizos como tú.
Cambiaste algo en mí. Lo modificaste. De eso no me cabe duda.
Me quitaste algo. Te lo llevaste... Pero lo peor es lo que tú me diste a mí. Esa presencia. Tan amarga, latente... Aún conservo las fotos, aunque hace años que no las miro (y tu carta en el cajón de mi mesilla y tus mensajes en el teléfono y tus correos electrónicos) pero sé que no necesito mirarlas para seguir viéndote a ti.
Tus facciones: pelo negro tizón, mandíbula firme y marcada, nariz pequeña y redonda (extrañamente parecida a la mía, decías) con un piercing negro en la aleta derecha, pestañas inmensas, ojos miel y verde y esmeralda, boca de labios finos, dientes imperfectos (aunque yo no les veía la imperfección), lengua de trapo, ceceo constante, orejas adecuadas con unos lóbulos perfectamente separados y con cartílagos enmarcados con pendientes, manos rápidas y artísticas (pintura, música, composición...), brazos y piernas con un tatuaje aquí y allá, la mayoría hechos por ti mismo, piel suave, morena... Y cerebro de genio. Atormentando, pero de genio. Como a mí me gustan, difíciles, un reto... Y con un corazón que partir al final del camino, el mío, como no podía ser de otra manera.
Creo que sé porqué me cuesta tanto dormir esta noche. Un día como hoy, o al menos en una semana como esta, me estaba enamorando perdidamente de ti (en realidad ya lo estaba desde la primera vez que te vi)... Y en más o menos siete días me estabas partiendo el corazón por primera vez (porque lo hiciste muchas veces y porque te dejé hacerlo).
Ya me habías dado el primer beso. Lo hiciste sin pensar, como te pasaba cada vez que te perdías en mis formas, mis sonrisas y mis mil maneras de intentar que te quedases conmigo. Ya me habías hecho alguna que otra grieta en el corazón pero yo seguía intentándolo. Al fin y al cabo siempre me dabas migajas para seguir, confesiones secretas, caricias a escondidas, miradas fijas, decirme que para ti era perfecta... Ay, la vanidad... Y tú y yo lo somos.
Decías que en esta vida nos sentimos atraídos por la gente que nos resulta familiar, especialmente si se parecen físicamente a nosotrxs mismos (amor propio, egocentrismo, autoestima y certeza sobre la auto-perfección: para ti éramos parecidxs en el exterior).
Yo creo que, teniendo en cuenta tu teoría como verdad asumible, también nos parecíamos por dentro (inteligencia, vanidad, reto mutuo, desafío mental, competición, retroalimentación, daño y aprendizaje).
Tus: "Nunca dejes que nadie te haga creer que eres estúpida" o "Yo nunca podría estar con alguien que fuese más inteligente que yo"
Mis: "Por eso tú y yo no estamos juntos" (sonrisa de satisfacción/ winning smile).
Seguramente la mayor diferencia que existía entre nosotrxs era la capacidad de auto-reconstrucción.
Por tu parte una carta, algún que otro Skype cuando te convenía y otra persona a la que querer.
Por la mía, dejar de contestar tus mensajes dos años después cuando por tercera vez te olvidabas de mi cumpleaños y me escribías al día siguiente, dejándome con una no continuación a mi respuesta esperando ansiosa que te acordases de mí (esta parte, lamentablemente, no es algo que haya mejorado desde entonces con respecto a otros seres que se hayan cruzado en mi camino), seguir siendo algo buena y recomponer pedacito a pedacito las sobras que dejaste de mí.
Tú, lleno de mi amor y mi autoestima.
Yo, llena de tu imagen, tu sombra y tu vacío.
Injusto, ¿no?
¿Me arrepiento? Ojalá.
A veces sigo rezando a Muchachito Bombo Infierno por ver si su canción se convierte en realidad pero eso no me devolverá el tiempo.
A veces aún sigo imaginando que camino por la calle en algún lugar del mundo y de repente choco contigo. Que todo vuelve a empezar pero contigo del otro lado de la balanza. Que no sabré si darte una bofetada dramática o comerte la boca.
En ese encuentro, el tiempo congelado como la primera vez que te vi, como si todo lo demás estuviese en pausa durante los tres segundos que nos miramos a los ojos y que a mí me parecieron veinte, todo lo demás diluido e inexistente.
Después de ti lo sigo teniendo todo pero eres una pesadilla recurrente. Un recuerdo que me persigue, que me hace escribir.
Cinco meses que podría describir día a día sin olvidar ni un mísero detalle. ¡Yo! Que tengo que apuntarme todo para que no se me olvide lo que tengo que hacer mañana...
Igual es eso. Igual ocupas demasiado en mi disco duro.
No te mereces nada de esto. Ni mis pensamientos, ni mis recuerdos, ni mis lágrimas, ni mis medias sonrisas... Ni siquiera que te escriba (aunque lo haga).
Supongo que esto es mi cura. Sacarlo para afuera con la tranquilidad de la que sabe que en realidad escribe para sí mi misma. Porque no lo leerás nunca, ni lo entenderás ni podrías comprenderlo.
No lo verás porque no tienes acceso, no lo entenderás porque el castellano es muy complejo en su forma literal y metafórica para quién no conoce el idioma y no lo comprenderás porque tener conciencia, amar y respetar son conceptos que a veces te pasan inadvertidos.
Ambos sabemos que me merecía más. Ambos sabemos que yo te di más de lo que merecías.
Pero aún sabiéndolo yo le escribo a tu recuerdo y tú, simple y fríamente, dejaste de hacerlo.
 

«Y hacía un frío terrible pero nada hice por protegerme de él, por ahuyentarlo, porque aun creyendo que podría llegar a morir congelado, ese frío era lo único que me quedaba de cuando estuviste conmigo.»
~Alfonso Navarro Ventura~
 

lunes, 9 de enero de 2017

De par a impar

2016 llegas al fin, le damos la bienvenida al 2017.
Tarde, pero no nunca, este año me he dado cuenta del tiempo perdido en divagar. Del tiempo que he perdido teniendo miedo, asustada en un rincón en muchos aspectos de mi vida.
2016 tarde, pero no nunca, con las personas que han estado en él, me han re-enseñado a ser yo, a ser fuerte y valiente. En definitiva: a no perder el tiempo tan preciado que tengo.
2017, llegas. Y llegas con planes y sin prisas. Sin esperas. Simplemente llegas y sé que ahora soy quién debí haber seguido siendo hace demasiados años.
Se ha abierto un mundo nuevo ante mí. Ha vuelto la pasión por experimentar, por conocerme. Algo que parecía tan nimio ha cambiado. Y al final ha resultado ser algo que me faltaba para crecer, para querer(me).
Existen tantos universos... Y pensar que yo estaba anclada sólo en uno...
Creo que la magia del cine, del Kino, ha tenido algo que ver en todo esto. Recordar que hay vidas paralelas en las que puedes ser quien tú quieras ser. Saborear una parte de un todo y desear todo lo demás.
Los impares siempre han sido mis favoritos. El 7, el que más.
Todo llega, todo pasa.
Nuevas personas, viejxs amigxs y gente que me ha aportado siempre una sonrisa que regalar.
Gente que se quedará, gente que cambiará...
2017 probablemente me trae cambios, aunque aún es pronto para darlos por seguro. Un viaje siempre soñado que ahora da más miedo que nunca, pero ya no me asusto tan fácilmente. Pasos profesionales y nuevas experiencias.
Siempre se espera mucho (o todo) de un nuevo año.
Yo sólo me concentro en sonreír, en hacer lo que me gusta rodeada de gente que me hace tan feliz.
Paso a paso, 2017.
Mis propósitos, todos personales. Los de la foto. Nada que no se pueda cumplir.
Y quererme siempre.
Bienvenido a mi vida.