Star memories

lunes, 15 de mayo de 2017

Cuando las mariposas en el estómago se convierten en polillas

Que sí, que estas mariposas se han vuelto nocturnas y están mordisqueando mis entrañas.
A ver cómo te lo explico...
Piensa en cuando te gusta alguien y, por lo poco que sabes de hablar con esa persona, a ella también se podría decir que le gustas tú. Y al principio intentas ir despacio por ver si se repite la ocasión.
Pero al final das muchos pasitos y, con la excusa de la timidez, te sientes completamente ridícula porque esa persona no da ninguno. Y por muchas vergüenzas y muchas timideces, las miradas a veces se nos quedan cortas. Y las ganas de empotrarte contra un muro, comerte la boca y llevarte a la cama me dan escalofríos.
Entonces llega alguien que sólo te ve a ti, pero en esa misma estancia está alguien al que sólo ves tú y que, furtivamente, parece que te sigue con la mirada por si acaso tu lengua acaba enredada en la lengua de otro que no sea él. Y al final, las lenguas se enredan tras la pregunta: «¿Te parecería raro si te beso?». Y yo respondo, tras un breve silencio en el que no sé dónde meterme y quiero que la tierra me trague porque sé que lo siguiente que diga va a ser la única mano que pueda jugar esa noche: «No». Y cierro los ojos y pienso: «¿Y si imagino que es el que me está mirando desde el otro lado de la barra quién me besa?». Cruel tres veces: por el uno, por el otro y, sobre todo, por mí misma. Entonces me doy cuenta de que, si a mí me duele besarme con uno pensando en el otro, igual a ese otro también le duele verme besarme con ese uno que no es él. Pero entonces yo me pregunto por qué el otro no hace nada por besarme ni por responderme a los mensajes.
¿Son cosas mías, son cosas de su timidez o simplemente son excusas baratas que me he creído a pies juntillas?

Y como no sé a quién le duele más, si al que me mira desde la barra o a mi corazón que palpita rápido sabiendo que la he cagado de manera brutal, aunque sólo sea por empatía y por ser íntegra con mis principios, decido concederle al uno la última copa en otro bar, lejos del otro (aunque mi estómago duela más de manera inversa y directamente proporcional a la distancia a la que me encuentro del otro, vamos, que duele que jode haga lo que haga). Y me alejo del otro por no hacerme más daño y evitarle el daño a él, que ya está hecho, pero que tampoco sé si le duele.
Y con mi par de ovarios me despido de todo cristo.

Ahora entra en juego el factor "radio patio". Porque claro, a dónde se va a ir una chica que se acaba de besar con un chico si no hay otrxs amigxs presentes que se vayan a ir con ellxs...
Salta la alarma. El amigo gracioso en común que medio grita que va a haber sexo y tú, que no sabes ni por dónde te están llegando ni las hostias ni el viento, te callas porque en ese momento parece guay, inteligente y menos humillante que piensen que va a ocurrir algo que sabes que no va a ocurrir.

Te vas al otro bar. Te sientes incómoda, sola y con una copa en la mano que se te hace bola.
Sin amigos, sin ver al otro, que ni te ha hecho caso en toda la puta noche ni tú te has dignado a saludar porque te sientes tan desorientada que no sabes si es mejor el desprecio, el aprecio o el comodín del público y con unas ganas tremendas de salir corriendo y decirle al oído que con quien quieres pasar la noche (más bien día), es con él.

Vuelve a aparecer el amigo gracioso. Te dice que debes disfrutar, que no puedes basar tus acciones en el otro y menos si te besas con "unos" delante de su cara (y tú sigues pensando que es la puta verdad pero que el otro tampoco manda señales que indiquen que al menos respira) y te vas del bar.
Otra vez te encuentras al amigo gracioso, que había desaparecido momentáneamente, y vuelve a dar por hecho que te vas a la cama con el chico que sólo te ve a ti (y que te pareció una idea cojonuda al principio de la noche pero tu conciencia te está gritando que no eres justa ni con él ni contigo).

Y, cuando no hay moros en la costa ni testigos que ratifiquen tu versión, le dices al uno que te vas a casa sola. El uno te pregunta si estás segura y tú, obviamente, respondes que sí.
Pero sólo sí, porque si me pide la verdad tendré que decirle que es un chico estupendo pero que yo soy gilipollas y bebo los vientos por alguien que es o demasiado tímido, o demasiado estúpido o demasiado cabrón como para no tener cojones de enfrentarme y hacerme el cocodrilo.
Porque si le digo la verdad, tendré que contarle que no podría irme con él ni ninguno a ningún sitio porque ahora mismo estoy tan bloqueada que sólo quiero irme a mi puta casa con el otro. O a su casa. Que lo único que quiero es sudar la camiseta, dar vueltas entre sus sábanas o las mías, ducharme y volver a empezar.
Que ni es amor, ni es amistad, pero que mi cuerpo sólo responde a sus movimientos ahora mismo y ni yo entiendo el por qué.
Que aunque al uno le parezca que beso de puta madre, a mí los besos ahora sólo me salen perfectos si pienso en la única vez que mi lengua ha tocado la del otro.
Y que no puedo explicar a santo de qué me ha dado esta maldita cosa a estas alturas de mi vida si le conozco de hace años y jamás le había visto con estos ojos.
T O N T A
Y entonces me voy a mi cama. Sola (no tan sola. Frida, mi gata, me acompaña de vez en cuando) y duermo inquieta y me despierto más temprano de lo esperado.
Y empiezo mi día, aunque tenga que arrastrarme para salir de la cama. Y me voy a ver a mi hermano y los problemas son menos problemas porque paso una tarde hablando con él como hacía mucho que no hablábamos. Y esa manera de "sentirme en casa" me tranquiliza y me aplaca y me consuela.

Y decido subir al bar que cualquier día van a empezar a comparar con el plató del GH o Sálvame.
Y subo porque mi hermano me anima a subir a ver a un amigo.
Y yo subo porque necesito aire y soledad.
Y asumo que habrá soledad porque yo no veo el fútbol e ignoro que hay una puñetera liga este mes.
Y además doy por hecho que el otro no va a asomar por el bar porque bastantes horas echa allí currando como para echar otras más.
Y de tanto asumir, no pensar, pensar demasiado... se produce la "maravillosa" ley de Murphy: si quieres ver a alguien, no aparecerá. Si no quieres ver a alguien, te vas a dar de morros con esa persona.

Le veo. Justo en el sitio en el que me iba a situar yo. Me entran los calores, me tiemblan las piernas, se me congelan las manos y me vienen unas náuseas tan tremendas que sólo se me ocurre saludar, liarme un cigarro y salir volando cuando me dan mi GingerAle. Fumar, qué gran idea con náuseas.
Sale más o menos detrás de mí, pero no va solo. No habrá conversación. Entra antes que yo. Voy al baño a reprimir una arcada (tantos días de fiesta me han irritado la garganta, esa es la parte física de la arcada. La psicológica es el sentirme como una mierda).

No hablamos. Le veo en el reflejo de una cartelera vacía. A veces nos rozamos sin querer los brazos. Sólo ese roce me pone a mil.
Mis manos siguen frías. Me las coge.
Es como entrar en el infierno tras atravesar Siberia en invierno.
Por qué me pareces guapo e inteligente, maldita sea. Qué tienes. Quién eres. De qué estás hecho.

Cruzamos alguna palabra. Alguna mirada... Pero sus ojos... No sé si no me miran o no me ven. Creo que huye mi mirada, como yo he estado huyendo la suya estos últimos días debido a su inexistente intento de proseguir en persona una conversación de WhatsApp de un lunes que parecía domingo porque el domingo había sido como un sábado al cuadrado.
Se va, se despide pero me quedo con ganas de darle un abrazo y dos besos. Como los abrazos que nos dábamos antes de ese fatídico beso del que no me arrepiento.

Y ahí me quedo, pegada a la silla. Imaginando que me vuelvo marrón y de madera para poder pasar inadvertida con la barra del bar.
Mimetizarme y llorar la tensión o chasquear los dedos y aparecer en casa.

Me lío un cigarro, me recompongo, me pongo la cazadora, me despido con una media sonrisa porque no me da para más y me voy.

Necesito unas vacaciones. Coger distancia. Volver a Palencia y recuperar mi yo.
O igual no aparecer por esa zona en dos semanas. No ver a nadie de este mi particular Sálvame soriano.
Castigada sin futbolín.

Y así es como las mariposas se convierten en esas polillas que se comen tu ropa.
En este caso mi estómago.



No hay comentarios:

Publicar un comentario