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lunes, 3 de junio de 2019

Abuela

Se me hace muy duro, abuela.
Siempre supe que sería catastrófico perderte pero contener la pena esos últimos diez días ha convertido el dolor en un torrente de agua salada contra el que peleo cada día y con el que pierdo por momentos la batalla.
Se trata de un abismo insondable, profundo y oscuro, de esa parte de mí que se ha ido contigo, de esa sonrisa que quiero tener permanente para honrar el regalo de haberte tenido... Pero el vacío es una sombra alargada y espesa que me sigue donde quiera que voy.
Es el "ser o no ser" de Shakespeare mimetizándose con un "estoy, pero no estoy".
La psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross definió cinco etapas del duelo en 1969: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
En 2018, la psicoterapeuta Cate Masheder redefinió para la BBC estas etapas, explicando que ni es necesario pasar por todas ni es necesario superarlo. Presentó la vida como un círculo, dentro del cual, enmarañado, se encuentra ese dolor por la pérdida. Con ello quería que se entendiera que el duelo siempre se queda ahí y que el resto de las experiencias vividas comienzan a desarrollarse dentro y alrededor de ese círculo, en la periferia del dolor. Esto indicaría que no hay un momento para superar o aceptar una pérdida pero sí para seguir creando y vivir con ella, aun habiendo fechas o momentos clave en los que el dolor te hace sumergirte en ese enmarañado duelo.
Mi caso no es una cuestión de negación porque sé que no estás.
No es ira, porque no busco culpables.
No es negociación, porque no fantaseo con que sea reversible...
No puede ser depresión. Tengo incentivos para seguir viviendo. Prometí que vivirías a través de mí. Quiero que vivas a través de mí, que sonrías a través de mí...
Y, desde luego, no es aceptación porque, sino, no me sentiría así.
Creo que hablar contigo a través de un teclado ayuda.
Estoy segura de que hablar con mi hermana ayuda.
El otro día en el coche le confesé que cualquier cosa hace que se me salten las lágrimas. Que intento socializar y ser fuerte pero que se me inundan los ojos sin previo aviso... Me respondió que no puedo sentirme culpable por ser feliz, por sonreír, por bailar o por cantar. Que no querrías eso... Y las lágrimas volvieron a brotar igual que brotan mientras lo escribo... ¿Y si es eso, la culpa, lo que me hace llorar? Culpa, ¿de qué o por qué? Aún no lo sé.
Es ese bloqueo, ese shock primerizo de la pérdida, hasta el momento, más importante de un ser querido.
Cuando estuve en EEUU me molestaba que un 90% de los jóvenes achacasen "ansiedad y depresión" a cualquier tipo de dolencia irrisoria porque concibo esa edad como momento de júbilo y experimentación. Romper, por causas no violentas, con tu amor adolescente de los 16 con el que tenías pensado casarte no me parecía, ni me parece, motivo suficiente como para deprimirte y reencontrar a dios. En el fondo, tanto diagnóstico a discreción me resultaba, en el fondo y en la forma, una manera muy grave para definir una simple falta de conocimiento y valor para procesar y exteriorizar los sentimientos más banales, pero dramáticos, del ser humano como el amor, la ruptura, el fracaso, la decepción, el engaño...

A veces es una canción la que me recuerda a ti. 
A veces recuero tu olor, tu risa, tus labios pequeños dándome besos, tus manos, tu calentarme cuando tenía frío... tus rizos y tu pelo plateado, tu voz, tú cantando... Y lloro.
Otras veces es peor porque te recuerdo en una cama. El tacto de mis manos cogiendo las tuyas, tu respiración reduciéndose, el cambio de color de tu cara, de tu lengua... Y lloro aún más fuerte, ahogándome en mis propias lágrimas, sin poder apenas respirar... Y duele más, mucho más.

Rosa nos dijo que nos quedásemos con el amor, las risas y la alegría y te prometo que lo intento. 
No me hace falta concentrarme demasiado para seguir escuchando tu voz o sentir tus besos, aunque tenga miedo a la sombra del tiempo y el olvido, cuando esas sensaciones tan vívidas se diluyan por la falta de costumbre.
Isa ahora tiene más miedo a la muerte porque se ha convertido en algo real, porque creíamos que podrías ser eterna en el plano físico y nos hemos dado cuenta de que no, de que seguimos siendo vulnerables.
Yo ahora no le tengo tanto miedo a la muerte porque sé que, si algo ha de pasarme, vas a venir a buscarme, que estás donde quiera que vamos al cerrar los ojos en este mundo. Que, llegado el momento, vendrás a cogerme de la mano para que no esté sola. 
Mamá... El dolor de mamá no alcanzamos a entenderlo, pero sí a imaginarlo. El sentimiento de orfandad. Quizás por eso intento volver más a casa, para que sepa que no está sola y nunca lo ha estado. Que, aunque yo no soy su mamá, algo de su mamá también está dentro de ella y dentro de mí. Y entiendo que, cualquier problema familiar que haya habido, por el motivo que sea, para ella se ha convertido en algo fácilmente perdonable. Sus hermanas y hermanos son la conexión más directa que tiene contigo. Son los recuerdos de infancia que se aproximan tanto que puede tocarlos con los dedos, volviendo al lugar donde creció, donde estabas tú y donde fue feliz. 

He aprendido que no sólo tú estás en mí. También tu hermano Gregorio, que era escritor, y seguramente me dejó en herencia la capacidad de transmitir el dolor y la alegría, para llegar a quienes necesiten encontrar las palabras a los sentimientos que no son capaces de expresar. Que también está Joaquín, a quién me parezco físicamente. He ido, ahora que no estás, a visitar los lugares dónde estuvieron por última vez. He pasado varias veces, por la zona en la que dispararon a Joaquín, la cárcel en la que estuvísteis tú, el abuelo, tu padre y Gregorio. Y, también, he visitado el lugar en el que encontraron los restos de tus hermanos y tu papá. Y me ha recorrido un escalofrío por la espalda porque ahora sé donde ocurrió, porque sé dónde estaban ellos y dónde estuviste tú. 

A veces, abuela, me gustaría volver a abrazarte. Pero digo a veces porque, si te sintiera aquí, sólo podría significar que no estás en paz. Y no quiero eso. 
A veces, siento cierto celo. Porque creo que has visitado a mamá y a mí no. Pero también sé que ella lo necesita más que yo. 

Ojalá haberte abrazado más. 
Ojalá haberte besado mucho más.

Pero te guardo esos besos y esos abrazos.
Y suelto las lágrimas. Una vez, dos, tres... Las que sean necesarias.
Porque las lágrimas curan, y alivian, aunque no consuelan. 

Te voy a seguir escribiendo, abuela. 
Ojalá haberte escrito mucho más.

Ojalá.
           Besarte.
                         Siempre.