Star memories

viernes, 11 de agosto de 2017

Y volver, volver, volver...

Aún recuerdo, como si fuese ayer, la primera vez que dejé Soria.
Fue en 2011. Empezaba mi aventura Erasmus. Sólo llevaba dos años allí, pero habían sido suficientes para enamorarme hasta las trancas de mi ciudad adoptiva.
Recuerdo VillaCuki II, en la terraza de casa. Abrazada a Ana y llorando como una magdalena.
Ana no tenía buen sabor de boca de Soria cuando empezó a formar parte de la familia villacukiana, pero Dani y yo éramos tan felices que le enseñamos a apreciar que la ciudad no lo era todo y que simplemente le hacía falta gente como nosotros, enamoradxs de Soria, porque otras personas no habían sido capaces de hacerle ver la magia que puede llegar a tener.
Ana me preguntaba que por qué lloraba. Que iba a vivir la mejor experiencia de mi vida. Yo le respondí que el problema no era lo que me deparasen esos nueve meses, sino que tendría que volver. Y que ellos, mi familia, ya no estarían. No estarían las fiestas hasta las mil en el salón de casa. No estarían Tony, ni Giorgia, ni ella, ni Dani. No estaría el tener siempre invitados, ni la comida de la mamá de Ana, ni Dani pequeño para llevarme tigres a la hora de comer pero como si fuera el desayuno porque yo aún no me había levantado de la cama. No estaría Dani para darme tabaco e invitarme a copas porque yo no tenía nunca pasta, pero él me decía que yo lo compensaba dándole de comer porque eso era algo que yo siempre tenía: la despensa llena.
Éramos como una familia pobre en la que en realidad no faltaba de nada.
Ya no me levantaría en esa cama, con ese ventanal de frente viendo nevar mientras decidía si iba a ir o no al jueves lardero.
No estaría el aparecer Alvarito e irnos todos de excursión improvisada a las pozas de Arnedillo.
Que Ana decidiese un martes que era un buen momento para ir al "Champi" y almorzar todos juntos... O que saliese cada hora de su habitación diciendo que tenía hambre y todo cristo se pusiese a cocinar (así me puse ese año de ceporra).
No estaría Tony, entrando por la puerta de casa diciendo: "Hoooolaaa..." con ese acento pugliese que me tenía enamorada, ni las películas con Dani hasta las mil en el sofá que más que miedo, nos daban risa "Chi, chi, chi, chiiiiiri timeeee". El conocer con Ana a cualquier persona por la calle, fuese con las tunas o no, y acabar haciendo amigos hasta en el infierno. Lo sigo haciendo en nombre del recuerdo.
Los intentos, inagotables, dulces y llenos de amor, de Ana y Dani por ayudarme a superar mis miedos.
Porque ese año me di cuenta de que Soria iba a ser siempre el lugar donde dejaría mi alma. Donde se sucederían las lágrimas y las despedidas. Porque todos veníamos de fuera y, en principio, no habíamos venido para quedarnos. Y yo escogí el camino difícil. Porque escogí a lxs mejores amigxs, pero en esa elección estaban siempre los que llegaban para irse: los Erasmus, los auxiliares, los que venían de otras ciudades.
Y me fui a Grecia. Y me fui sola, sin saber el idioma, sin conocer a nadie, lejos de la gente de mi clase, porque no quería ver a nadie y porque quería probarme a mí misma si sería capaz de sobrevivir. E hice hogar. Porque no soy capaz de adaptarme si no hago hogar. Y después de nueve meses volví a Soria. Y lloré. Y lloré por el amor. Porque me enamoré perdidamente del sitio, de mi gente, de Kevin y Amador, de Betsy, de Billy, Nina, Kelly, Pavlos, Mixalis, Luca, Lucie, de las fiestas en Bora o del bar a pie de playa. De los chupitos por ser españolxs y del Barça, del tsipourdádiko, de sus gentes y de él. De él que me dejó con el corazón hecho jirones aunque, sin quererlo, me devolvió una parte de mí. Me quitó un trocito del miedo que me aterraba y me paralizaba.
Y al volver no pude escoger mejor hogar, de nuevo. Porque Fabri y Ross venían de la mano de Giorgia y vivir juntos fue como reencontrarse con alguien que, sin ser consciente, ya conocías. Y me separé por completo de la gente de mi clase porque tenía la opción de sentirme fuera de lugar con ellos o completa y amada por parte de los extranjeros. Y al final me encariñé tanto que febrero llegó demasiado pronto. Y ese autobús de las 3 am se ha llevado ya a demasiada gente que me importa. Y llegó Gianluca. Y Luis empezó a formar parte de mi vida de manera más constante. Y Luca. Y me sentía una reina. Rodeada de mis chicos favoritos, protegida por ellos y protectora de ellos. Sin la cabeza hecha un lío (o al menos no tanto), con el corazón entero y lleno y vibrante.
Y entre idas y venidas, malos recuerdos y espacios en blanco que más bien he querido fundir a negro, llegó Ambre. Llegó un alma gemela. Y con ella y con Gianluca me di cuenta de que todas esas lágrimas, aunque necesarias en su momento, me habían dejado huella. Y debía entender lo que entendí con ellos: que nadie se iba para no volver. Que los reencuentros eran posibles. Que el hogar que habíamos creado juntos en VillaCuki no acababa cuando se iban, sino que se iba con ellos y se quedaba conmigo y que siempre podríamos volver a casa, sólo que ahora estaba repartida por otros lugares del mundo. Y me licencié, y canté junto a ella, mi hermana de voz y no podía ser más feliz.
Entonces llegó Noemi, y llegaron Juaco y Nelson, y volvió Gianluca y volvió mi Luis, después de librar sus propias batallas. Y me licencié de nuevo porque me negaba a dejar Soria aunque hubiesen pasado seis años. Porque Soria era mi libertad. Y yo estaba rodeada de felicidad.
Y un año más volví. Y con ese año vinieron Clarisse, Felipe, Toño (de nuevo), Matt, Charlie, Anne Laure, Jessica... Y llegaron especialmente Marti y Laura para recordarme quién era. Para levantarme de una zancadilla que más bien fue un favor. Porque nadie sabe ni sabrá nunca lo feliz que me hicísteis. Y eso fue un antes y un después en todo.
Y os íbais yendo a cuentagotas y Anne Laure se negaba a dejarme y yo me negaba a que me dejara y alargábamos como dos enamoradas nuestro tiempo juntas "What a wonderful matrimonio lésbico we are".
Y Marti me propuso echar una beca, así a tontas y a locas, un mayo antes o después de Catapán. Y a tontas y a locas la eché, sin nada que perder, con un buen presentimiento. Y desde ese mayo fueron pasando los meses y yo fui pasando fases y la beca empezó a convertirse en algo real.

Y llegan Audrey, Stephane, Vicky, Agathe, Diego, Hasan, Maria y Bailas con Paula, Anne y Audrey "je l'aime a mourir" y la mujer de verde y Antwoord hasta las mil en los bares en los que hemos hecho familia de otra madre y otro padre. Y lloras aunque prometiste no volver a hacerlo.

Y vuelves a casa y tus padres te dan todo el amor que pueden. Y ves a tu abuela cumplir 99 años. Y tu hermana consigue darte una sorpresa por primera vez en tu vida y reúne todos esos pedacitos que amas de Palencia y de Soria y del mundo y te hacen un vídeo que me saca lagrimones porque al final resulta que sí existen las cosas bonitas.
Y esa es la magia de la vida.
Y aunque vivimos en puntos diferentes de la geografía española consigo ver a Tito, a Miri, a Urre, a David, a Criss, a Ivi, a Edu, a Cristonga y a los que no están a través de ese maravilloso vídeo o de una llamada telefónica.

Y, aunque los inviernos siempre son duros en Soria, cuando viene el buen tiempo vuelvo a recordar porqué me quedé en su momento. 
Porque yo cuando me voy de un sitio siempre prometo volver pero nunca lo he hecho. Y al único lugar al que siempre he vuelto ha sido Soria, y en Palencia también está mi hogar.

Y aunque la beca da mucho miedo he empezado a superar la ansiedad del cambio. He empezado a recordar por qué escogí Grecia en su día. Porque quería ir sola y probarme a mí misma que podría sobrevivir. He empezado a verme como a una afortunada. A recordar que no importa lo que pase allí, porque siempre salgo al paso de las dificultades. He tomado la decisión de recordar la ilusión y el buen presentimiento que sentí cuando ​rellené el papeleo aquel mayo de 2016.

Así que no os mováis mucho porque pienso volver más sabia, más fuerte y con más cicatrices de esas que se crean cuando termina una etapa y tienes que volver a recorrer un nuevo camino. Y recordad que siempre, SIEMPRE os llevo conmigo de la mano. 

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