Star memories

miércoles, 18 de marzo de 2020

Abuela III

Hace unos meses, cuando aún se podía ir al cine, vi una película y me acordé mucho de ti. Se titulaba "Este niño necesita aire fresco". Es una película alemana del cine independiente.
No tenía una historia que se pueda resumir o un contexto claro en el que hubiese alguna referencia obvia que me recordase a nuestra familia. El argumento, o lo que yo extraje de él, era el amor del niño protagonista por su familia, que eran su apoyo constante y, especialmente, por sus abuelas y abuelos, dispuestos siempre a protegerle, defenderle y amarle de las maneras más originales y tiernas posibles. Ay, abuelas. Esos seres tiernos, como tú, que se quedan para siempre.

Una de las frases que más me marcaron fue la que dice el protagonista cuando acaba la película:
"Me di cuenta que yo era mi abuela y mi abuelo, que yo era mi madre y mi padre, que era mi hermano. Que era el sol, las nubes y las flores".
Quizás no es así exactamente como lo narra, pero el significante era el mismo: somos el compendio y el continente de todo lo que fue antes de nosotras.
Ahora que por fin, el pasado día 3 de octubre 2019, se celebró una conferencia para mostrar al público el gran escritor que fue tu hermano Gregorio, no paro de escuchar a gente que me dice: "De ahí le sale a Bea la vena escritora". Y entonces lo relaciono con aquella frase.
Yo no sé el amor que sentías por el resto. Sólo sé el amor que sentías por mí y, desde que no estás, no sólo todo me recuerda a ti, sino que también empiezo a entender muchas cosas sobre quién soy yo y qué he venido a hacer en este mundo.

Ya en el tanatorio fui plenamente consciente de cuánto me asemejo a Joaquín físicamente. Desde entonces me pregunto si, cuando tú me mirabas, te hacía pensar en él. Si tú también veías en mis ojos, en mi forma de sonreír, en mi naricilla... Algo de lo que tú veías en tu hermano. Si el mirarme te dolía y alegraba el corazón a partes iguales. Y eso es algo que ahora sólo puedo llegar a imaginar.

Ahora también sé que heredé otra parte de tu historia, de tu genética: la escritura.
No considero que los sentimientos que pongo en palabras estén redactados con maestría ni perfección pero sí me reconozco un don de la palabra. Una habilidad para coger los sentimientos y expresarlos de modo que otras personas puedan sentirse reflejadas.

Cuando empecé a escribir esta entrada, estuve pensando mucho en ti. En el trabajo se me escapó una lagrimilla. Por casualidades de la vida hablé con un gran amigo de hace años, cuando empecé la carrera. Me contó que su papá se moría y que le estaban dando morfina para paliar el dolor. Me dijo que sentía cómo iba desmejorando día a día, cómo se iba yendo poco a poco pero más rápido de lo que esperaban... Y yo me acordé de ti, de verte en aquella cama, de ese último día. De ver cómo cambiabas de color, de cogerte la mano pero ya no saber si realmente estaba contigo porque, como te dije una vez: lo malo es que no nos preparan lo necesario para lidiar con la vida; lo peor es que no nos preparan absolutamente nada para lidiar con la muerte.

Cuando empecé a escribir esta entrada era San Valentín. La gente entiende este día como un día para parejas de enamorados. Yo nunca lo he visto así. Nunca he amado a nadie por encima de lo que te amo a ti, a mamá, a papá, a mi hermana, a Cuki, Chanel, Frida, Kahlo o mis amigas y amigos. Vosotras sois el amor de mi vida. Vosotras y yo misma porque yo soy vosotras y, vosotras, sois yo misma.

Corren tiempos extraños, abuela.
Jamás pensé que diría esto pero me alegro de que no estés aquí, de que no tengas que vivirlo.
Supongo que jamás podré cambiar el hecho de que me vine a vivir muy lejos, de que no pude seguir visitándote tanto como lo que en realidad te echaba de menos en mi vida.
Siempre he dicho que las cosas suceden por una razón. Lo que nos toca vivir, con quiénes no toca vivirlo, son señales. Son indicios de lo que viene aunque no sepamos aún qué es.

Al menos sé que tú no estás sola. Que no estás confinada en un lugar que te resulta extraño, con gente extraña. Tú ya no estás en este plano.
No dejo de pensar qué pasará con las mil cosas que se quedaron en el aire: encontrar los restos de tu padre y tus hermanos, por ejemplo. Conseguir justicia para ellos y para los millones de víctimas que se pudren y desaparecen entre el fango y los caminos que dejan de existir.
Porque el mundo se ha parado, abuela. La tierra respira porque su mayor plaga está confinada en el interior de sus altos edificios de hormigón. Pero enterrados en la tierra siguen los gritos de tantos.
El único pasado que me preocupó siempre fue el tuyo, el de tu historia y la mía. El de las raíces:
"No te olvides de dónde vienes, no te olvides de dónde vienes. En las noches más oscuras, en las carreteras crudas, en los golpes de la vida... No te olvidas, no te olvidas..."
Este presente es extraño y el que me toca vivir. Y es duro y no lo es, abuela. Es extraño. Por eso me alegro de que no estés aquí físicamente aunque siempre vayas a estar conmigo. Porque si estuvieras no podría abrazarte, besarte y tocarte como siempre hacía. Y esta vez no por elección, sino por imposición. Por protegerte. Porque después de toda una vida preocupándome porque la tercera edad reciba el respeto y la seguridad que se merecen, resulta que los jóvenes vamos a ser su condena. Y no es un final justo, ni limpio, ni que nadie merezca. Porque después de una vida luchando y pasando hambre, y guerra, y lágrimas, y miserias... Os merecíais morir en vuestra cama, rodeados de comodidades, sin dolor y agarrados a la mano de quiénes os quisimos tanto en vida. Porque así es como te dejé yo a ti ir, abuela. Como pude. Mi primera muerte dolorosa y consciente de un ser querido y tuvo que ser la tuya, y tuve que estar contigo.
Nunca me interesó el futuro. Siempre tuve sueños y aspiraciones, eso sí lo sabes, pero nunca viví para lo que pudiera pasar mañana. Porque siempre supe que lo único seguro era el aire que respiraba en el momento en el que lo hacía. Ahora. Por eso he amado siempre de la misma forma. Con todo lo que tenía y sentía en ese mismo momento.
Hay gente que prepara a su prole para conseguir lo mejor en la vida. Y así fue conmigo... Pero lo mejor que siempre he tenido es saber disfrutar del instante en el que estaba.
Porque pensar en lo que pasará mañana es casi como establecer una hábito o una rutina. Y nunca he sido buena en eso. Me recuerda a cuando era pequeña y todo el mundo se empeñó en que tenía que aprender a escribir como marcaba la contraportada del cuaderno de escritura "Rubio". Mamá incluso me compró esa goma especial que ponías al final del lápiz y te obligaba a utilizar sólo dos dedos para sujetarlo. Seguramente recomendación de alguna monja/profesora. Y yo me desquiciaba. Porque no me salía nada bien. Y te miré y te pregunté si de verdad tenía que usarla. Si de verdad era necesario que yo escribiera con dos dedos, como hacía todo el mundo, en vez de sujetando el lápiz con tres. Tú me miraste y me dijiste que no. Me dijiste que yo ya sabía escribir y que daba igual cómo sujetara el lápiz porque el cómo lo hiciera no iba a cambiar el hecho de saber hacerlo.
Hoy vivo en una rutina, abuela. Una rutina necesaria. Una rutina que me obsesiona, que me emparanoia, que me lanza a esa espiral de histeria colectiva.
Me siento como una leona enjaulada desarrollando una estereotipia. Consciente de mis próximos movimientos de aquí a dentro de quince días, un mes... Es casi como vivir en el día de la marmota. Repitiendo los patrones una, y otra, y otra, y otra vez. Entonces te das cuenta de que lo único que importa son la familia, lxs amigxs... Todas aquellas personas con quienes compartes o compartías algo. La familia que tienes y la que escoges. La vida que tenías y la que tienes ahora.
Verles por fuerza a través de una pantalla cuando antes era por elección, por falta de tiempo... Ahora conectados al mismo tiempo, todo el tiempo... Y la frase de la película cobra más sentido aún.

Y lo único que puedo cambiar de estos días será el orden en el que haga las cosas, las pequeñas variaciones que le añada.
Será como componer una sinfonía. Tomándome tiempo, meditando. Pensar qué nota le vendrá mejor en qué momento, sabiendo también que habrá que volver a una repetición, a un estribillo, a una melodía base que marque el compás constante de las notas musicales en el pentagrama.
Y, aunque me gustaría hacer planes, lanzarme al vacío como hago siempre, pensar en el próximo vuelo, el próximo destino... Sé que no vale de nada. Sé que el tiempo es relativo ahora mismo. Que puedo querer irme mañana pero no podré. Que, por segundo año, tendré que posponer mi vuelta a Lycoming College. El año pasado fue tu partida lo que me retuvo. Este año es una cuarentena mundial que, en su quinto día, parece que esté durando toda una vida.

Te echo de menos, abuela. Echo de menos las cosas pequeñas. Echo de menos abrazarte, abrazar a mamá, a papá, a Isa.
Echo de menos tus cumpleaños y jugar con cada uno de mis 21 primos de todas tus 23 nietas y nietos.
Pero te juro que, aunque lo echo de menos, me habéis enseñado muy bien a hacer malabares con lo que tengo. Me habéis hecho fuerte de base y eso se nota en las ramas.

Y todo lo que soy, que sois vosotras, está tan solo a una videollamada de distancia.




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