Star memories

martes, 26 de abril de 2022

Abuela IV

 Querida Puchi,

Llevo sola tanto tiempo que a veces no sé gestionar lo que siento. He conocido a alguien y, aunque sé que le quiero, a veces quiero escapar del dolor. 

Hace unos días, me dijo que le hubiese gustado conocerte para que le contases cosas de mí. Le dije que eso también lo puede hacer mamá, aunque entiendo lo que quiere decir.

Ojalá pudieras conocerle. 

Quizás no es el mejor momento para hablarte de él. A veces siento que los cuidados sólo van en una dirección. Sé que está pasando por un duelo pero, en ocasiones, no consigo entenderle, ni llegar a él. A veces dudo de si realmente me quiere o de si sabe quererme como yo me merezco. Tengo demasiadas cosas que entender de él: su cultura, sus orígenes, su religión (y ya sabes cuánto aborrezco las religiones) y de cómo ha sido su vida hasta ahora. 

Sé que no lo ha tenido fácil, pero nunca he sido muy paciente. Quizás necesito uno de esos paseos a la montaña para perderme, y llorar, y pensar.

Nunca entendí las ataduras a algo que no se puede ver, ni comprobar. El rezarle a un supuesto padre, como quien reza a un fantasma, para que te conceda cosas solamente si él quiere. No tiene sentido.

Yo no le tengo miedo a lo que viene después de este plano. Siempre he pensado que pobres de aquellos que necesiten de la religión para tener un compás moral. No digo que él lo necesite. Es muy buena persona. Pero las cosas que le atan a la religión nos desconectan con demasiada frecuencia. Eso y el hecho de que, este amor que nos tenemos, no está permitido ni por su religión, ni por su cultura, ni por su familia. 

Muchas veces me hicieron sentir como si mis sentimientos fuesen pecado, como si amarme (como pasó con Marco), fuese una mancha en un expediente sentimental; como si amarme (como pasó con Platero o con ese que no merece ser nombrado) fuese algo impensable porque fui un objeto de uso y disfrute sin darme la posibilidad de tomar una decisión por mí misma. De aceptarlo o de dejarlo. 

Antes de Haider (así se llama, abuela), asumí que yo era todo el amor que quería tener. Había aceptado que estaría bien, porque lo estaba, siendo una persona sin pareja, sin un compromiso o responsabilidad emocional de este tipo. 

Pero me acabó ganando poco a poco. Y me he dejado llevar por todo lo que pensé que no volvería a hacer.

Echo de menos sentir que me echa de menos. Últimamente, aunque vivamos en la misma ciudad, tengo una necesidad abrumadora de verle, de estar con él... Y, cuando no siento la misma reciprocidad, me vengo abajo. Porque no quiero depender de nadie. No otra vez. No nunca más. Y es probable que eso, que sólo siento porque no está probado que sea cierto, me incita a empujarle fuera de mi vida, a ahuyentarle para que, si esto fracasa, pensar que yo tenia razón, que no puedo estar con alguien porque me he acostumbrado a estar conmigo misma, que no necesito a nadie porque yo soy todo lo que necesito. 

Este sábado, cuando estuvimos juntos con amigos, no podía dejar de mirarle y sonreír. Le veía feliz, completo y cómodo como nunca antes le había visto. Sentía con cuánto amor y admiración me miraba. Y son esas migajas, las que luego no veo cuando vuelve al lugar oscuro donde habitan sus miedos, su religión y su duelo, las que me hacen querer salir corriendo. Como si sintiese que me quiere a medias o que yo no soy suficiente para traerle hacia la luz. 

Igual es porque, para traerle hacia la luz, tiene que querer. Y yo no puedo tirar de la cuerda siempre porque ya me arrastraron más de una vez. Aunque sé que puedo volver a levantarme.

Creo que también me duele porque, al principio, sentía que nada de lo que hiciera podría alejarle de mí. Pero, desde que empezó Ramadán, empezó a decir que parece que busco excusas para discutir. Y no sé si tiene razón o si, en realidad, no se da cuenta de que yo también ando perdida entre sus propias trampas mentales, que le traicionan entre lo que me ama y cómo me ama y la manera en la que le han dicho que tendría que amar. A lo mejor, mi vaticinio de bruja a principios de mes ("No sé si sobreviviremos a Ramadán") y el hecho de que se acerca la fecha límite de lo máximo que he durado en pareja (tres meses, a los 17 años) también me están jugando una mala pasada.

Hoy es la segunda vez que no le deseo buenas noches porque me he sentido dolida y no me salía del corazón escribir algo que, en realidad, no siento. Y en el fondo pienso que, del mismo modo que yo le di un ultimátum en febrero por no responsabilizarse emocionalmente y acompañarme en mis logros profesionales, él podría también decidir hacer lo mismo por enfadarme con cosas que yo siento que tengo razón y que él no ve de la misma forma. 

Y no estoy dudando de si tengo razón o dejo de tenerla. Pero sí que es cierto que la teoría me la sé muy bien. Que mi deconstrucción y mi feminismo han dado sus frutos en muchos aspectos de mi vida que me acompañan y me empoderan. Pero la teoría no funciona cuando la otra persona viene con cero de práctica. Por eso igual, también, ha podido funcionar hasta ahora. Porque su deconstrucción es un camino que está andando cogido de mi mano. Es sólo que, por momentos, cuando aparecen la dichosa religión y las mentiras que le han contado, hace ademán de soltármela. Y me pongo triste, y me entra la ira, porque esos momentos me hacen revivir los traumas del pasado. Me hacen comparar y mi cerebro no deja de darle vueltas y analizar si estoy viendo patrones que me alertan, de hombres occidentales, en las acciones de un hombre oriental que no tiene ni idea de lo que le estoy hablando porque, aunque tenga 25, para muchas cosas le llevan tratando como un niño durante todos esos años.

A veces pienso, ¿qué puedo esperar de una persona que, hasta ahora, creía que amar a alguien era conocer a una mujer, hablar unos meses con ella y que te apañasen un matrimonio rapidito para poder pasar a la siguiente persona a la que la familia quisiera controlar? Y, si es entre primxs, mejor que mejor, así todo queda en casa. Una persona que, sin conocerme de más de una noche, me dijo que me amaba. Una persona que, cuando nos dimos el primer beso, me lo volvió a repetir. Una persona que, cada noche, me escribe el mismo (puñetero) mensaje como quien repite una cantinela:

"I'm going to sleep babe.
Good night
Take care
Sweet dreams
I love you"

Como si no supiese decir nada más. Robotizado (¿ves a lo que me refiero con discutir por bobadas? Cualquiera persona estaría encantada de que, al menos, alguien se estuviese tomando el tiempo de mandar ese mensaje). 

Una persona que, cuando estábamos lejos, antes de la muerte de su padre, me decía y prometía las cosas más románticas... Y que, a mí, me daban bastante arcada porque, lo que odias en otras personas, suelen ser las cosas que ves en ti. Y, claro, yo hacía tiempo que no veía a esa Bea asquerosamente pastelosa, años. 

Antes de su padre, podía poner en duda sus creencias abiertamente. Perderlo parece que se ha convertido en un tira y afloja entre las falacias que le han vendido y las verdades espirituales que yo intento hacerle ver. Y no lo hago por hacerle daño, sino porque veo que son sus creencias las que se lo hacen y que, por ende, me hacen daño a mí. Al fin y al cabo, ante un fantasma que han alimentado en él durante años y yo, está claro quién tiene las de perder. Yo soy la extraña, lo prohibido, lo exterior, lo nuevo... Pero también soy la libertad, la aceptación, la comprensión... Pero soy una. Y, detrás de ese monstruo fantasmagórico, son mucha gente, muchos fantasmas, muchas raíces y muchos miedos. ¿Cómo se puede dejar atrás un miedo ancestral que tiene inundada tu vida? ¿Qué quedaría si tiras del tapón y dejas que toda esa agua se vaya por el sumidero? Queda la nada. Y es más fácil (y da menos miedo) agarrase a ese flotador en ese agua que coger mi mano para pasar a la otra orilla. Y yo, que a veces intento navegar esas aguas para intentar llegar mejor y más cerca a su mano, siento como las olas furiosas de todo lo que le han dicho me dan en la cara intentando que me ahogue o que desista del empeño. 

¿Cuánto estoy dispuesta a perder en ese naufragio? El otro día me dijo que, después de Ramadán, todo será distinto. Que será mejor. No sé si sabe que soy consciente de que, en un año, vendrá otro Ramadán. En unos meses/ semanas/ días y horas vendrán sus miedos, o su cultura, o su religión sin Ramadán, o las imposiciones de su familia. Que no porque él quiera, cuando él quiera, cuando a los tiempos que marca su religión le vengan bien, vamos a bailar juntos el agua. 

Como me decía Belén, el problema es que la excusa del Ramadán, la religión o la cultura, sólo se emplean cuando a él se le vienen encima. Si se me vienen a mí, él me pide que entienda, que acepte, que respete. Y lo intento. Y, a veces, me callo para no hacerle daño. Y lo sabe, y me lo agradece. Otras, lo hago porque sé que, sin ese amor y sin el tiempo y la paciencia necesarias, entonces sí que estoy condenada a perder esta batalla. Y ese es el problema de las religiones. Otras veces, pienso que sigo siendo esa persona de la playa de Iván Ferreiro en Turnedo: 

"Que no quieres que te quieran, sólo quieres que te abracen"

Porque le he cogido miedo al amor de muchas maneras. Y esto lo digo reconociendo que, en gran medida, desde que empecé a amarle no he tenido miedo al fracaso, ni a la ruptura, ni a compartir mis espacios. Todo lo contrario. A pesar de mis reticencias o mis cero expectativas, todo lo he sentido como algo muy natural, muy humano y muy sencillo de incorporar a mi rutina.

Irene me ha dicho que tengo derecho a sentirme insegura, a plantearme todos los días qué hago en esta relación. Si quiero o no seguir con ella. Y eso me tranquiliza porque no sabía que esos pensamientos eran compatibles con la vida amorosa. Por lo visto es muy común y, por lo que parece, muy necesario de normalizar.

No sé cómo me levantaré mañana, abuela. Se han juntado también otros factores: esa época del año dichosa, esos cambios de tiempo (que decías tú), esa astenia primaveral del carajo del sol que no llega a salir y del frío que no se termina de ir de los huesos. 

Ojalá saber lo que sería contarte todo esto persona. Ojalá saber lo que tú dirías.

Un achuchón, abuela. Y miles de besos de esos sonoros que tanto nos dábamos.

Te amo.

Eso es lo más seguro que sé reconocer en esta madrugada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario